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Artículos - Joan Tollifson

No hay errores

No hay interior ni exterior

Por Joan Tollifson 10 de diciembre de 2023
Joan Tollifson

A menudo se ha dicho que la raíz de la ilusión es la división sujeto/objeto ― el pensamiento o sensación de que estamos separados de la vida, de que somos una entidad independiente con libre albedrío y elección, que somos fundamentalmente incompletos o de algún modo deficientes, que algo más grande y mejor tiene que suceder, o que algo que aparentemente está sucediendo tiene que dejar de suceder, para que finalmente estemos bien.

Al otro lado de esta ilusión de interior/exterior, en el llamado mundo que parece estar «ahí afuera», aparentemente separado de nosotros, todo tipo de cosas parecen estar mal. Desde la perspectiva ilusoria de ser un yo separado en una realidad sólida y dividida, parece que nos enfrentamos constantemente a una aparente imperfección, horribles injusticias, una sensación de vulnerabilidad y la necesidad de hacer algo o dejar de hacerlo.

Pero en nuestra experiencia real del momento presente, simplemente existe lo que es, tal como es, y nunca podemos comprender el cómo o el qué es así, porque está en constante cambio y es irresoluble, y no hay lugar para permanecer fuera de (o exterior a) ello. En realidad, no se puede encontrar ninguna división entre interior y exterior. Parece estar ahí, pero cuando lo buscamos no lo encontramos. No existe un lugar real donde el «interior» se convierta en «exterior», excepto conceptualmente.

Experiencialmente, existe simplemente este único momento presente sin fondo ―infinito, eterno, nunca de la misma manera dos veces, siempre sólo esto― vivacidad inasible, unicidad perfecta, la nada apareciendo como este espectáculo mágico en constante cambio en el que energías y sensaciones infinitamente variadas y en constante cambio colapsan y se solidifican en la película aparentemente coherente de la vida de vigilia con todos sus personajes identificables, tramas y objetos y situaciones aparentemente sólidos. Y en la película, con sus miles de millones de personajes, parece que debe haber miles de millones de películas similares, pero nunca idénticas, de la vida de vigilia, todas ellas reproduciéndose simultáneamente en una especie de desarrollo holográfico y fractal.

En nuestra película de la vida de vigilia, como en un sueño, parecen suceder todo tipo de cosas. Nacen bebés, la gente muere, los imperios surgen y caen. Parecemos ser un personaje particular que navega por «nuestra vida». Parece que tomamos decisiones. Parece haber causa y efecto, éxito y fracaso, bien y mal.

Tenemos varios problemas y aspiraciones aparentes, por eso nos sometemos a psicoterapia, practicamos yoga y meditación, asistimos a satsangs, participamos en programas de recuperación, leemos libros y tenemos todo tipo de experiencias ― experiencias contraídas, experiencias expandidas, experiencias placenteras y desagradables. Tratamos de controlar todo esto y, a veces, nuestros esfuerzos parecen estar funcionando, pero a menudo parece que no, y luego nos esforzamos más o, si hemos oído que intentarlo es el problema, intentamos no intentarlo.

En el mundo que parece estar fuera de nosotros, parecen estar sucediendo todo tipo de cosas aterradoras, injustas y perturbadoras, por eso organizamos movimientos políticos, marchamos por las calles, nos postulamos para cargos públicos, libramos guerras, nos manifestamos por la paz, cualquier cosa que la vida nos mueva a hacer a cada uno de nosotros. Algunos de estos esfuerzos parecen dar frutos, mientras que otros parecen no ir a ninguna parte. Hay avances aparentes y retrocesos aparentes. La sociedad parece mejorar en muchos aspectos, mientras que, al mismo tiempo, parece ir directamente al infierno en otros. Y ninguno de nosotros parece estar completamente de acuerdo sobre cuál es el cielo y cuál el infierno. Vemos un evento de una manera y estamos muy seguros de que es verdad, pero de repente obtenemos nueva información y lo vemos de una manera completamente diferente. Empezamos a sospechar que todos los acontecimientos son infinitamente complejos e irresolubles, que no existe una verdad única en la forma que habíamos imaginado, pero aun así, la forma en que lo vemos en este momento parece muy creíble.

La historia de nuestra vida y el personaje que parecemos ser son una especie de imaginación. El pasado se ha ido, incluso hace una fracción de segundo ha desaparecido por completo, e incluso el llamado momento presente va y viene tan instantáneamente que nada se forma ni persiste como parece. Siempre es AHORA y, sin embargo, no podemos ubicar este ahora en el espacio o el tiempo. Toda la película ―los personajes y las historias― no está hecha de nada más sustancial que sensaciones, pensamientos, recuerdos e imágenes mentales fugaces y en constante cambio. Nada de esto tiene continuidad real o existencia independiente. Incluso el cuerpo no es nada sólido ni persistente, como podemos descubrir si lo exploramos de cerca, ni puede extraerse de todo el universo que supuestamente «no es el cuerpo». Una vez más, no hay un interior ni un exterior reales, ni límites reales, ni «cosas» sustanciales.

Si observamos cómo suceden las elecciones y las decisiones, descubrimos que suceden de manera espontánea y sin elección ― no se puede encontrar a ningún pensador o elector «detrás de la cortina» (o dentro de nuestra cabeza) que sea el autor de nuestros pensamientos o tome nuestras decisiones. Todo sucede por sí solo. Incluso cuando hay una larga deliberación, cada momento de esa deliberación ocurre espontáneamente por sí sola.

Aunque parezca lo contrario, si miramos de cerca, descubrimos que en realidad no podemos elegir nada en absoluto sobre nuestras vidas. Imaginamos que podemos decidir qué estudiar en la universidad, qué carrera profesional seguir, si meditamos o llevamos una dieta saludable, o si nos involucramos en el activismo político o emprendemos una búsqueda espiritual. Pero todo sucede sin elección. No elegimos qué personas nos atraen, ni de cuáles nos enamoramos, ni qué fuentes de noticias e información nos parecen confiables, ni cómo vemos los temas polémicos. Todo sucede por sí solo. No sabemos cuál será nuestro próximo pensamiento o emoción.

Si nos imaginamos como un yo separado, esta falta de control nos parece terrible. ¿¡Qué podría ser peor que ser totalmente impotente en un mundo tan peligroso!? Pero en realidad es libertad total. No la libertad de hacer lo que queramos o de hacer que el mundo sea como queramos que sea, sino la libertad de ser exactamente como somos en cada momento y de que todo lo demás sea exactamente como es en cada momento, lo cual en realidad no puede ser de otra manera.

Y la gran revelación que puede surgir sin elección es que, en última instancia, no importa realmente la forma que adopte la experiencia en la película onírica de la vida de vigilia ― ya sea que exista lo que llamamos ira o comportamiento compulsivo o una sensación de ser un yo separado, o si existe lo que llamamos ecuanimidad, relajación y una sensación de totalidad indivisa ― ya sea que la película sea espiritual o política o sobre ganar dinero ― ya sea que exista lo que llamamos una guerra nuclear o cambio climático o paz en la Tierra. Nada de esto tiene la existencia sustancial o el significado que parece tener cuando lo etiquetamos y definimos. Nada de esto puede ser inmovilizado o separado de todo lo demás. Nada de esto es realmente personal. En realidad, nunca estamos separados de todo lo demás en el cosmos. Realmente nunca podemos equivocarnos. No hay ningún barco que perder ni nadie que lo pierda. No hay errores y no hay monedas con una sola cara.

Y al darnos cuenta de ello, hay una enorme sensación de alivio, relajación y aprecio por la maravilla absoluta de todo, tal como es, incluidos todos los horrores aparentes del mundo y todos nuestros propios defectos e imperfecciones aparentes. Todo es como debe ser, incluidos todos nuestros esfuerzos (sin elección) para curar, sanar y arreglar lo que aparentemente está roto y enfermo. Hay un koan zen que dice: «Medicina y enfermedad se entrelazan, el mundo entero es medicina ¿qué es el yo?» ¿Qué soy yo? ¿Qué es este cuerpo, esta mente, esta presencia consciente, este ser que oye, ve, respira, piensa? ¿Tiene una forma, un tamaño, una ubicación, un lugar donde no está?

Esta vivacidad, esta indudable eseidad, esta presencia consciente, esta realidad insondable no se puede captar ni evitar. No se puede encontrar porque no se puede perder. Aparece en formas infinitamente cambiantes, pero las formas son tan efímeras como el humo o las nubes. La aparente solidez y separación es ilusoria. Desde una perspectiva autoidentificada (de identificación con el yo separado), cuando esta visión se aplica a los dramas aparentemente muy reales de la vida cotidiana, tanto personal como global, puede parecer cruel e indiferente, pero desde la perspectiva de la totalidad, es el amor incondicional (la conciencia abierta) el que siempre permite que todo sea exactamente como es.

Nuestras ideas sobre la vida son arenas movedizas que son remodeladas sin cesar por las mareas de cualquier inteligencia-energía que se mueve debajo de las superficies que vemos. En última instancia, este texto no tiene sentido ni propósito ―y en eso reside, en realidad, su belleza y su potencial liberador― aunque en realidad no hay nada que necesite liberación ni una línea divisoria entre lo que podríamos considerar «liberación» y lo que podríamos considerar «no liberado» (pecaminoso o delirante). Es ese misterio nuevamente, el uno apareciendo como dos, el cero apareciendo como infinito, el amante y el amado disolviéndose en el amor ― ni uno, ni dos.

La atención se mueve por sí misma, sin elección, de una dimensión aparente de la realidad a otra ― en un momento, parecemos ser una persona en una situación muy real, y en otro momento, no hay un centro de experiencia y todo se disuelve en la nada absoluta. A veces nos preocupamos sin elección por una decisión que aparentemente debemos tomar, y en otro momento, queda muy claro que todo se está desarrollando por sí solo. A veces miramos las noticias con horror, llenos de dolor, rabia o desesperación, y en otro momento, todo parece ser energía en movimiento, como olas del océano chocando entre sí. Nos sentamos a meditar y a veces nuestros pensamientos se vuelven locos y otras veces hay un gran vacío. Juzgamos una cosa como buena y otra como mala, y luego nos juzgamos a nosotros mismos por juzgar, y todo eso sucede por sí solo, sin elección. Y, lo que es aún más sorprendente, en realidad nunca sucede nada, al menos no de la manera que pensamos. Después de todo, TODO desapareció antes de que llegara. ¿Qué tan real es algo de eso?

Esta libertad de ser tal como somos y de que el mundo sea tal como es no significa que nos guste todo. No significa que no podamos «decidir» ver a un terapeuta o ir a una marcha por la justicia social. No significa que no habrá discernimiento, impulsos, intereses y aspiraciones, o que aparentemente no tomaremos decisiones ni realizaremos acciones. Así es como se mueve la vida. Es como el océano ondeando ― un movimiento completo e indivisible que siempre está cambiando de forma sin alejarse nunca del Gran Océano del Aquí-Ahora.

Se puede descubrir que no hay un actor aparte de la acción, ni un observador aparte de lo observado, ni un veedor aparte de lo visto, ni un hacedor aparte del hecho. Sólo somos bailarines cuando bailamos, y cuando bailamos, nunca estamos separados de la danza. Pero sin alguna distinción entre esto y aquello, las diez mil cosas y la película de la vida de vigilia no podrían aparecer en absoluto. No podríamos funcionar sin la capacidad de distinguir esto de aquello. Y más allá de las ilusiones creadas por los límites de nuestros órganos sensoriales y sistemas nerviosos, las palabras que usamos (sujetos y objetos, sustantivos y verbos) y las historias-pensamientos construidas con ellas nos confunden aún más. Confundimos el mapa con el territorio.

Pero, en última instancia, el mapa es un aspecto del territorio, al igual que nuestra confusión y nuestra búsqueda de claridad. Ni uno, ni dos. Incluso la aparente solidez y división y el intermitente pensamiento o sensación de ser un «yo» separado y todo lo que se deriva de ello, nunca son realmente un problema. Parecen ser, en la película, desde la perspectiva del personaje. Y así, en la película, emprendemos lo que parece ser un largo viaje de despertar y curación, progresando y teniendo reveses. Pero en realidad no sucede nada. Nada de eso existe ni persiste realmente. Nada de esto es personal porque la persona es un espejismo, un personaje de un sueño. Son sólo apariciones momentáneas. Y como un sueño, cuando despertamos, ya no está. En realidad, nunca sucedió. Fue un sueño real, pero el contenido era irreal. Y, sin embargo, esto no es simplemente «nada» en un sentido vacío y nihilista: hay una vivacidad y una presencia innegables.

El despertar de un sueño puede ocurrir en cualquier momento y sólo puede ocurrir ahora. Pero en última instancia, realmente no importa si sucede o no. Sólo importa en el sueño, para el personaje del sueño. No hay nada de malo en soñar o disfrutar de las películas ―y disfrutamos de todo tipo de películas― historias de aventuras, romances, comedias, tragedias, historias de terror, historias de guerra, historias de amor, dramas familiares, telenovelas, thrillers. Todo es parte de la vida, el sueño y el despertar, las capas holográficas de la realidad, las películas dentro de las películas, todo está incluido.

Terminaré con unas líneas de mi amigo Darryl Bailey, cuya expresión de la no-dualidad es una de las más claras y limpias que he encontrado:

Las personas quieren desesperadamente describir la existencia e, históricamente, hablan de materia, energía, consciencia, espíritu, unidad y misterio. Pero las descripciones son meras interpretaciones limitadas. Todas ellas. Nunca podrán decirnos qué es realmente la vida.
– Darryl Bailey

Entonces, tal vez haya una relajación hacia el no saber, hacia una simple presencia abierta, disfrutando de la absoluta simplicidad de lo que es, sin necesidad de captarlo con palabras o conceptos, sin necesidad de que sea diferente de cómo es, sin esperar a que suceda algo más grande, mejor o más especial, sin intentar tener ninguna experiencia particular, simplemente relajándose en el amor incondicional que lo acoge todo y permite que todo se disuelva por completo. Esta acogida y disolución es la naturaleza misma del Aquí-Ahora.

Amor y bendiciones para todos...