Artículos - Dilgo Khyentse Rinpoche
Meditando en la Naturaleza de Buda
Por Dilgo Khyentse Rinpoche 9 de marzo de 2015¿Es correcta mi meditación? ¿Cuándo voy a progresar? ¿Nunca lograré el nivel de mi Maestro espiritual? Oscilando entre la esperanza y la duda, nuestra mente nunca está en paz.
Dependiendo de nuestro estado de ánimo, un día practicaremos intensamente, y al día siguiente no haremos nada. Nosotros nos sentimos apegados a las experiencias agradables que emergen del estado de calma mental, y deseamos abandonar la meditación cuando no conseguimos frenar el flujo de pensamientos. Eso no es una forma correcta de practicar.
Cualquiera que sea el estado de nuestros pensamientos, tenemos que dedicarnos firmemente a llevar una práctica regular, día tras día; observando el movimiento de nuestros pensamientos, y seguirlos hasta su origen. No deberíamos de esperar inmediatamente ser capaces de mantener nuestra concentración día y noche.
Cuando comenzamos a meditar en la naturaleza de la mente, es preferible hacer sesiones cortas de meditación, durante varias veces al día. Con perseverancia, realizaremos progresivamente la naturaleza de nuestra mente, y esa realización llegará a ir haciéndose más estable. En este nivel, los pensamientos habrán perdido su poder para perturbarnos y dominarnos.
La vacuidad, la naturaleza última del Dharmakaya, el Cuerpo de la Realidad Absoluta, no es una simple nada. Posee inherentemente la cualidad de conocer todos los fenómenos. Esta cualidad es la luminosidad o aspecto cognitivo del Dharmakaya, cuya expresión es espontánea. El Dharmakaya no es un producto que surge de causas y condiciones, es la auténtica naturaleza de la mente.
El reconocer esta naturaleza primordial se parece a la salida del Sol de la sabiduría en la noche de la ignorancia: la oscuridad es disipada instantáneamente. La claridad del Dharmakaya no crece y decrece como hace la Luna; es como la luz inmutable que brilla en el centro del Sol.
Aunque las nubes se acumulen, la naturaleza del cielo no se corrompe, y cuando las nubes se dispersan, no es mejorado. El cielo no es por ello más o menos extenso. No cambia. Lo mismo sucede con la naturaleza de la mente; no se deteriora con la llegada de los pensamientos, ni mejora cuando estos desaparecen. La naturaleza de la mente es la vacuidad; su expresión es la claridad. Estos dos aspectos son esencialmente simples imágenes de uno designadas para indicar los diversos aspectos de la mente. Sería inútil atarnos a la noción de vacuidad, o a la de claridad, como si estas fueran entidades independientes. La naturaleza última de la mente está más allá de todos los conceptos, de toda definición, y de toda división.
«Podría caminar sobre las nubes» dice un niño. Pero si buscara las nubes, encontraría que no hay un lugar en el que posar sus pies. Similarmente, si uno no examina los pensamientos, estos presentan una apariencia sólida; pero si uno los examina, no hay nada allí. Eso es lo que se llama ser al mismo tiempo vacuidad y apariencia. La vacuidad de la mente no es una nada, ni un estado de embotamiento, porque ella posee, por su propia naturaleza, una facultad luminosa de conocimiento que es llamado Consciencia. Estos dos aspectos, vacuidad y Consciencia, no pueden ser separados. Son esencialmente uno, como son la superficie de un espejo y la imagen que es reflejada en él.
Los pensamientos se manifiestan en la vacuidad, y son reabsorbidos en la vacuidad, lo mismo que una cara aparece y desaparece en un espejo; la cara nunca ha estado en el espejo, y cuando deja de estar reflejada en él, en realidad no ha dejado de existir. El espejo nunca ha cambiado. Por tanto, antes de entrar en el camino espiritual, permanecemos en lo que es llamado el «impuro» estado del samsara, el cual es aparentemente gobernado por la ignorancia. Cuando nos comprometemos con ese camino, cruzamos por un estado en el que la ignorancia y la sabiduría están mezcladas. Al final del Camino, en el momento de la Iluminación, solo existe la sabiduría pura. Pero durante todo este camino a lo largo de este viaje espiritual, aunque exista una apariencia de transformación, la naturaleza de la mente nunca ha cambiado: no fue corrompida con la entrada en el camino, y no mejoró en el momento la Realización.
Las infinitas e inexpresables cualidades de la sabiduría primordial, el «verdadero Nirvana» están de forma inherente en nuestra mente. No es necesario el crearlas, o el hacer algo nuevo. La realización espiritual solo sirve para revelarlas a través de la purificación, que es el Camino. Finalmente, si uno las considera desde un punto de vista último, estas cualidades son tan solo vacuidad.
Por tanto, el samsara es vacuidad, y el nirvana también es vacuidad, y en consecuencia, no hay uno que sea «malo», ni otro que sea «bueno». La persona que ha realizado la naturaleza de la mente, está libre del impulso de rechazo al samsara y del apego por obtener el nirvana. Es como un niño pequeño que contempla el mundo con una inocente simplicidad, sin conceptos de belleza o de fealdad, de bueno o de malo. Ya no es presa de la tendencias conflictivas, la fuente de los deseos y aversiones.
De nada sirve preocuparse por los inconvenientes de la vida diaria, como el otro niño, que se regocija construyendo un castillo de arena, y que llora cuando se derruye. Mirad cuan puerilmente los seres se dirigen hacia las dificultades, como una mariposa nocturna que se arroja hacia la llama de una lámpara, con la intención de apropiarse de lo que ellos desean, y de evitar lo que ellos odian. Es mejor dejar la carga que todos esos imaginarios apegos nos traen, que el soportarla encima de uno.
El estado de Buda contiene en sí mismo cinco «cuerpos» o aspectos de la Budeidad: el Cuerpo Manifestado, el Cuerpo del Perfecto Gozo, el Cuerpo Absoluto, el Cuerpo Esencial y el Cuerpo Inmutable del Diamante. Estos cuerpos no son algo externo a nosotros: son inseparables de nuestro ser, de nuestra mente. Tan pronto como hayamos reconocido esta presencia, finaliza la confusión. No tenemos ya la necesidad de buscar la Iluminación fuera. El navegante que llega a una isla hecha toda ella de fino oro, no encontrará ni rastro de otra cosa, por mucho que busque. Debemos de comprender que todas las cualidades de Buda, han existido siempre de forma inherente en nuestro ser.