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Artículos - V. Ganesan

La historia de Edith Deri y Nisargadatta Maharaj

Contada por V. Ganesan
Nisargadatta
Nisargadatta Maharaj

Edith Deri era contable en un conocido banco de París. Cada año pasaba sus vacaciones en el Ramanashram. Llegaba a Bombay, tomaba un vuelo a Madrás [Chennai] y después un taxi hasta el Ashram. No se detenía en ningún lugar. Su dedicación a Shri Bhagavan [Ramana Maharshi] y sus enseñanzas era así de profunda. Le cogí tanto cariño que la llamaba mi “madre francesa”. Ella a su vez me llamaba “hijo”.

Cuando leyó en la revista Mountain Path mis encuentros con Nisargadatta Maharaj, se sintió muy molesta. En su siguiente visita, me riñó por malgastar mi tiempo yendo de Arunachala a Bombay para estar con otro maestro. Me preguntó qué era lo que le faltaba a las enseñanzas de Bhagavan para necesitar la ayuda de aquel maestro. Edith tenía una personalidad muy fuerte.

Tenía claro que por más explicaciones que le diera sobre el asunto, no la iba a convencer. Por eso le dije: “Madre, has de estar con Maharaj para saber por qué voy allí. En tu próxima visita, para un día en Bombay, ve a verle y compruébalo por ti misma”. Edith estuvo de acuerdo.

El siguiente año, durante la ofrenda de leche durante la puja de la mañana en el ashram, sentí la calidez de una cariñosa palmada en mi espalda. ¡Era mi madre francesa! Me miraba con una desbordante felicidad. Me sacó de allí lo antes que pudo y con mucha alegría me contó:

“Tal y como me dijiste, mi querido hijo, me quedé un día en Bombay y fui a ver a Maharaj. Estaba ardiendo de rabia. Le quería reprender por apartar a mi hijo de mi Shri Bhagavan. Fui a casa de Maharaj a las diez. Cuando subí las escaleras, había ya una gran multitud ante Maharaj, por lo que me senté en el último peldaño de la escalera. Maharaj me dio la bienvenida con una sonrisa y movió su cabeza, lo cual me enfureció más todavía. Me controlé y mantuve la calma. Maharaj me dijo que le hiciera alguna pregunta, pero no respondí. Insistió un par de veces en que le preguntase algo. Molesta y enojada le contesté que no tenía nada que preguntarle, que no tenía ninguna duda. Maharaj siguió insistiendo. Estaba realmente enfadada y le dije:

‘¿Por qué insiste en que le haga una pregunta? ¿Es para mostrar su grandeza a su audiencia? Es eso, debo hacer una pregunta y usted responderá y aplastará mi mente dubitativa, ¿correcto? Y toda la audiencia le aplaudirá, ¿correcto? ¿Es por eso por lo que sigue insistiendo en que le haga una pregunta?’

En verdad fui bastante agresiva, pero no pude ocultar mi rabia. Tenía que desquitarme con él. Maharaj estuvo todo el tiempo mirándome de modo amable, con una beatífica sonrisa en su rostro. Estaba inalterado a pesar de mi manifestación de rabia y de intolerancia. Tras unos minutos de concentrar su mirada en mí, abrió su boca y sus palabras cayeron como una cascada:

‘El agua nunca se molesta, tanto si la sed del hombre se sacia como si no.’

Maharaj repitió lenta y enfáticamente un par de veces: ‘El agua nunca se molesta, tanto si la sed del hombre se sacia como si no’. Algo maravilloso ocurrió en mí. Toda mi ira, frustración y rabia se desvanecieron y en su lugar surgió un mar de paz, silencio y dicha. Esta experiencia me ayudó a trascender las limitaciones de mi mente y me puse inmensamente feliz.

Estoy muy feliz de haberle conocido. Gracias, hijo mío. Maharaj es en verdad un gran Santo.”

(Traducción de Antonio Plana)

Fuente: V. GANESAN, Encuentro con sabios y santos