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Artículos - Wolter Keers

Jñana-Yoga o el reconocimiento de lo que somos

Por Wolter A. Keers
Wolter Keers

Muy pocos de nosotros tenemos un deseo real de conocernos a nosotros mismos y, entre estos pocos, todavía son menos los que van más allá de mirar, de analizar un gran número de las cosas que perciben. No se plantea la cuestión: ¿Quién o qué observa en mí, percibe este cuerpo, este carácter, esta memoria, este sentido? Es extraño, pero es una característica del pensamiento humano; la sicología, la teología, la política, la filosofía, aportan explicaciones brillantes pero basadas en premisas que nadie se ocupa de examinar.

¿Quién se ha molestado en pensar: esta mañana me he despertado a las siete, o qué es lo que ocurre con exactitud en un determinado momento del despertar; o en qué momento, temprano por la mañana, llamamos a algo "tú" o "yo"?

La antigua tradición hindú del jñana-yoga, llamada también advaita vedanta nos pone frente a este tipo de interrogante condensado en el: "¿Quién soy yo?". Dicha tradición nos da una respuesta, pero hay que añadir inmediatamente que se trata sólo de una indicación sobre el camino a seguir. Nunca intenta describir lo que nosotros somos, ya que ninguna palabra, ningún concepto puede representarlo.

El vedanta, el jñana-yoga, aparecen ya en el rig-veda que algunos sitúan 2.500 años antes de Cristo (S. Radhakrishnan, mostrándose prudente, lo sitúa 1.500 años antes de Cristo). En cualquier caso, entonces como ahora, es la transmisión oral, la confrontación del discípulo con el maestro allí donde las palabras sirven únicamente para desenmascarar los conceptos que consideramos como nuestro conocimiento, la que aporta una mayor ayuda por la "presencia", que es irreemplazable.

¿Qué entendemos por conocimiento de sí mismo, por saber qué es lo que somos? Nuestra reacción casi inmediata a semejante pregunta es: ¡evidentemente uno nunca puede conocerse completamente, totalmente! Lo que se nos escapa es que esta exclamación implica una imagen que parece tan real y llena de sentido que nunca nos preguntamos si es cierta.

Todos nosotros conocemos sin duda la famosa frase de Descartes: "pienso, luego existo". Por supuesto, voy en bicicleta, luego existo. Parece difícil refutar semejante argumento. El error que cometemos junto con Descartes, es que consideramos como irrefutable la existencia de ese "yo" que piensa. Pero ¿quién hace la pregunta? ¿Hay un yo que piensa? Intentemos formularla de manera diferente: surgen pensamientos, luego existo. El dogma de un yo pensante queda eliminado y a pesar de ello seguimos conservando una declaración que podemos rubricar.

Empecemos por poner en interrogante todas las suposiciones con que hemos sido educados y que hemos aprendido a aceptar como punto de partida de toda búsqueda.

Sigamos la tradición no dualista, llamada a veces advaita-yoga y pongámonos cara a cara con un maestro que nos conduzca mediante el diálogo al descubrimiento de nuestra verdadera naturaleza. Una iluminación súbita nos permite comprender que nosotros mismos y toda la creación, somos inseparables de esa conciencia única e indivisible. Las viejas supersticiones desaparecen y al final queda una experiencia ininterrumpida en la que todos los elementos a los que llamamos yo, todos los objetos, todas las percepciones que conocemos como el mundo, tienen lugar en el interior de esa conciencia que es ahora nuestra experiencia. Al tomar conciencia de que vivimos ―así como los objetos que aparecen y desaparecen― en esa unidad inmutable, la idea: soy esto, aquello, un pensador, un ser social, etc., dejará de presentarse.

Examinemos lo que queremos decir al pronunciar las palabras: estoy sentado, estoy acostado o cuando decimos: camino, nado, ando en bicicleta; también: veo, oigo, siento. Entonces nos daremos cuenta de que los cinco sentidos y la mente son los únicos implicados.

Así la frase: estoy despierto, o sueño, indican un determinado estado de ánimo. Por el contrario, "he dormido bien", muestra la ausencia de esas cosas y hasta de un yo que no podría ser capaz de declarar que duerme.

Pero la cuestión no acaba ahí. ¡Qué va! Si nos tomamos unos minutos para reflexionar, sabremos que somos los hijos de nuestros padres, los padres de nuestros hijos, vecinos, conservadores o progresistas, holandeses o franceses... Está claro que podríamos llenar un edificio con todos esos yoes. A veces la simple utilización del término conduce al absurdo. A la salida del cine me encuentro con un amigo y le pregunto ¿Dónde estás? "En la plazoleta, al lado de la cabina telefónica" ¡Y en este caso nos referíamos al coche!

Aunque pudiéramos llenar un barrio con todas estas afirmaciones, sabemos muy bien que no somos mil cosas sino una. Esta entidad única se mezcla, se identifica cada vez, de nuevo, por un instante, con una actividad cualquiera: pensamiento, papel social, etc. En cambio, podemos decir que todos esos papeles con los que nos identificamos momentáneamente tienen un punto común: somos siempre, de manera inmutable, lo que está presente a cada instante, sin cambios, independientemente de que me considere hijo, vecino, secretario de un club, funcionario, madre, hija, etc. Esta presencia es por tanto invariable, duradera, mientras que las etiquetas cambian continuamente.

Podemos intentar hablar de ella aunque no podemos describirla. Las palabras son limitadas mientras que ella está más allá de lo que nuestra mente puede vislumbrar. Cada uno de nosotros está destinado a decir soy yo, estamos seguros de ello y esa intuición no tiene forma. Constatamos que "yo" debe estar presente antes de la aparición de las palabras o de las formas. Esta presencia es consciente: sólo podemos observar una cosa cuando se manifiesta en ese ser consciente. En otras palabras, esa realidad es, tiene la cualidad de observación, de conocimiento.

Cuando un biólogo observa unos pollitos entre las once de la mañana y el mediodía, pone sus cinco sentidos y su inteligencia ―está permitido encender una lámpara para examinar un objeto entre las once de la mañana y el mediodía― pero la observación de que "nosotros somos", no se enciende y apaga a nuestra elección, es permanente.

Puesto que en nuestra vida sólo conocemos los objetos que percibimos, comprobamos que la observación es el telón de fondo silencioso de todas las percepciones, independientemente de que las llamemos: yo, el mundo o cualquier otra cosa.

Nunca nos separamos de este Absoluto. Incluso si estamos demasiado cansados para profundizar en la nube en que nos encontramos, sabemos que se trata de una falta de energía por nuestra parte, que es una sensación nebulosa del momento.

Para la mayor parte de nosotros, el descubrir lo que representa la palabra "observado", es complicado. Necesitamos comprobar un gran número de cosas, mirar dentro de nosotros con perseverancia para que su significado se revele. Todo es conocido, anotado, pero el propio sujeto perceptor no es percibido. El biólogo se encuentra en una situación pasajera que aparece en la mente, pero la manera de registrar esa percepción intelectual nunca es objetiva, porque nosotros somos de esa manera; es la luz que alumbra y deslumbra.

Nos sabemos únicos, sabemos que nuestro auténtico "yo" está siempre presente. Las mil y una cosas con que nos identificamos como carpintero, hijo o aficionado a la música, van y vienen, aparecen y desaparecen. Está claro que yo no soy eso que aparece aquí y allá para desaparecer al instante.

De todo lo que precede: imágenes, recuerdos instantáneos, yo soy el observador permanente y sin el menor esfuerzo. Lo que tú eres, lo eres sin ninguna dificultad. El agua sin esfuerzo, es y permanece húmeda. Así pues "Somos" y ese "yo soy", esa certeza de ser no tiene forma en sí misma. Es ser consciencia, observación. Para terminar, podemos decir que somos capaces sin límites, felicidad (¡palabra peligrosa!), silencio que rebasa no sólo todo intelecto sino todo sentimiento.

Para la agitación, la pena, el sufrimiento, necesitamos de un yo objetivo: en tanto que cuerpo, funcionario, institutriz, siempre estoy amenazado por un gran número de factores. ¡Unos pocos minutos son suficientes para ver la cantidad de energía que estoy dispuesto a consumir, casi de cualquier manera, únicamente para aceptarme y si es posible para que los demás, reconociéndome, me amen!

Hay que tomarse un gran trabajo para mantener ese yo objetivo (en tanto que se afirme como esto y aquello) y para conseguir que funcione bien, mientras que para ser lo que somos no necesitamos intervenir. ¿Puede el agua llegar a ser o querer permanecer siempre húmeda?

Hace poco, estaba yo sentado en un transporte público, detrás tenía a dos señores. Uno de ellos contaba a su vecino que había practicado cierto tipo de meditación y el otro quería saber cuál había sido el resultado.

"¡Ah sí!, dijo el primero, me ha permitido llegar a sentirme ahora más cerca de mí mismo". Entonces, tal y como está permitido en los círculos de yoga de este país, me di la vuelta y le pregunté cuál era la distancia entre él y él mismo y cuál era la separación actual.

El interpelado comprendió de inmediato el significado de mis palabras, fundamentalmente que no existe distancia entre yo y yo mismo. Su respuesta fue: "Claro, claro, ya lo sé, pero sin embargo...

Y he aquí uno de nuestros grandes problemas: este señor había entendido que su manera de abordar la cuestión era incorrecta y la hacía insoluble, pero seguía actuando como si no viniese al caso, como si realmente viviese fuera de sí mismo. ¿Es quizá ese el motivo de que meditase entonces y puede que lo siga haciendo ahora? Podía recurrir a una actividad en apariencia piadosa, como mecanismo de defensa para mantener su ego ilusorio. Sí, pero...

En el advaita o jñana-yoga, un concepto no es reemplazado por otro, en especial uno malo, ruin, estúpido, sistemáticamente por uno bueno, comprensivo, generoso. Se trata exclusivamente de retener unas cuantas certidumbres y permitirles que nos penetren totalmente.

Supongamos que cuando era pequeño, mis padres me repitieron: eres estúpido, estúpido (muchos adultos ridiculizan así a sus hijos). Más tarde, en el colegio, año tras año fuí el mejor de mi clase. No pude dejar de descubrir que no era estúpido. Luego, durante un tiempo más o menos largo, me sentí feliz y contento al descubrir que era inteligente. Me alegré en silencio de semejante comprobación pero finalmente me he acostumbrado y encuentro absolutamente normal, ser inteligente y no le presto mayor atención al hecho, de la misma manera que no me digo a mí mismo: soy un chico o soy una chica. Se acaba estableciendo un equilibrio en el que yo he aceptado lo que soy y ya no me parece nada extraordinario.

Lo mismo ocurre con la desaparición de otras ilusiones. Descubrimos que no somos hoy esto y mañana aquello: función, rol social, manera de pensar. Nos damos cuenta por ejemplo, de que el pensamiento no se presenta a un pensador (que no es él mismo sino una imagen y por lo tanto un pensamiento) sino en la conciencia. Lo vamos viendo cada vez más claro hasta que penetra todo nuestro ser. Después desaparece la creencia en toda clase de "yoes": actores que nuestra mente proyecta en diversas situaciones. Entonces se produce una ruptura y de golpe se ve claro, con una luz resplandeciente, que no somos algo pensado y por tanto pensable, sino algo inmenso, totalmente abierto. Durante un tiempo vivimos en ese conocimiento gozoso, hasta que se convierte en algo tan normal como respirar.

La idea, el sentimiento de que lo que tiene límites, el yo proyectado, han desaparecido para siempre, también se borra. Primero estamos ligados por su presencia, después en cierto sentido, por su ausencia. Según un viejo maestro Tch'an, un buda viviente es la "ausencia de la ausencia del ego". Un maestro hindú lo llama Sahaja (en sánscrito Sahaja Nirvikalpa Samadhi), que quiere decir: la posición natural.

La desaparición de falsas ideas sobre nosotros mismos ... Pero ¿qué es una idea correcta o falsa?... Ningún pensamiento, imagen, fantasía puede representar lo que soy. "Yo soy" cuando no hay representación, antes de que surja un pensamiento. Si yo no estuviese ya ahí en tanto que presencia y ser sin forma, nada podría surgir en mí.

En otras palabras: cualquier idea sobre sí mismo es falsa. Ninguna palabra, ninguna fantasía puede expresar lo que en verdad soy y si las antiguas tradiciones o un maestro vivo nos ofrecen todavía conceptos como "lo que tú eres es en verdad inimaginable", es ante todo una invitación a dirigir nuestra atención en una dirección determinada, pero nunca con la intención de reemplazar nuestros antiguos conceptos por otros nuevos más claros.

La enseñanza apunta a hacernos perder finalmente toda noción de "nosotros mismos", por medio de la visión clara de que nada puede representar a dicha entidad. También mediante la comprensión de que no podemos ser bajo ninguna circunstancia, un objeto ni una idea colectiva como mi persona o mi personalidad.

Fuente: Revista SER - una aproximación a la no dualidad - Nº 5, 1993