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Libros - Enrique Martínez Lozano

Nuestra cara oculta
Integración de la sombra y unificación personal

Nuestra cara oculta

No hay luz sin su correspondiente sombra; de la misma manera, no hay persona (palabra que etimológicamente significa «máscara», imagen) sin cara oculta. El problema empieza cuando no se acepta ni se conoce.

Para responder a las preguntas:

• Qué es la sombra
• Cómo se forma
• Cómo funciona
• Cómo se identifica
• Qué hacer con ella...,

el autor nos propone trabajar con nuestra propia sombra de manera que podamos integrarla conscientemente, con lucidez y humildad, para crecer como personas unificadas. Toda una tarea espiritual.

Enrique Martinez

Enrique Martínez Lozano (Guadalaviar, Teruel 1950) es psicoterapeuta, sociólogo y teólogo. Es autor de varios libros y se halla comprometido en la tarea de articular psicología y espiritualidad, abriendo nuevas perspectivas que favorezcan el crecimiento integral de la persona. Su trabajo, asume y desarrolla la teoría transpersonal y el modelo no-dual de cognición.

Más información

Detalles del libro:
  • Nº de páginas: 206
    Encuandernación: Rústica
  • Formato: 14.8 x 23
  • ISBN: 978-8427714991

De la Introducción

En nuestra búsqueda de humanidad y divinidad se requiere, necesariamente, hacer las cuentas con la sombra, esa cara oculta de la que aprendimos a huir, pero cuyo reconocimiento no podemos seguir postergando si queremos crecer como personas completas para ser nosotros mismos. No somos «completos»; en algún momento de la existencia, hemos alejado de nuestra conciencia, sabiéndolo o no, determinados aspectos de nosotros mismos, porque no nos agradaban, porque nos hacían sufrir, o porque nadie parecía creer en ellos. Al actuar así construimos una «persona» (etimológicamente «máscara»), con la que hemos tratado de presentarnos ante los demás y con la que hemos terminado identificándonos. Pero una máscara sólo es útil en el teatro; en la vida, es sumamente peligrosa porque, aparte del gran desgaste de energía que exige el mantenerla, hace vivir en la falsedad. En definitiva, nos hace vivir incompletos. Para llegar a un «yo» realizado, debemos necesariamente recuperar aquellos aspectos que constituyen nuestra sombra e integrarlos en nuestra «persona». El conjunto de nuestra «persona» y nuestra «sombra» será un «Yo» más integrado y unificado, un Yo completo.

Sin embargo, no es fácil, ni agradable, reconocer nuestra sombra. Pasamos años condenándola en los otros, sin ni siquiera imaginar que, en realidad, eso que condenamos son nuestros propios asuntos interiores. Mientras no aparece, o mejor, hasta que no la reconocemos, somos absolutamente inconscientes de nuestros propios procesos. Por decirlo de un modo más sencillo: aunque parezca una paradoja, no reconocer la propia sombra significa condenarse a vivir en la oscuridad. Y eso es lo que nos ocurre durante gran parte de nuestra vida. Hasta que no la aceptamos, se hace imposible la unificación con nosotros mismos, el amor a los otros y el encuentro con Dios en profundidad. Por eso, aunque sea doloroso, el encuentro con la propia sombra es una gracia, un regalo. Porque, gracias a ella, avanzaremos en la verdad y en la luz sobre nosotros mismos y, en último término, en amor y unidad con todos. Podemos verla, por tanto, como una ayuda amistosa y, como tal, darle la bienvenida.

La sombra nos humaniza y, al ponernos frente a nuestras propias limitaciones, nos rebaja un peldaño y nos libera. De ahí que el trabajo con ella sea fuente de libertad y de respeto exquisito a los otros. Por todo ello, la sombra es una guía necesaria para el camino de toda persona que quiere crecer en la verdad y en la libertad. Para sentirnos completos, tenemos que pasar por el lugar oscuro que hay en nuestro interior y hacer las paces con las tinieblas si queremos acceder a la totalidad.

Con ese objetivo de crecer en humanidad, ofrezco en estas páginas una guía para reconocer, identificar y trabajar la propia sombra. El contenido se articula en relación con las preguntas fundamentales que pueden hacerse en torno a este tema: después de una primera reflexión genérica sobre lo que significa habitar nuestra casa (capítulo 1), nos preguntaremos qué es la sombra y cómo se forma (capítulo 2); cómo funciona y cómo identificarla (capítulo 3); cómo trabajarla (capítulo 4); y por fin ¿es ese trabajo una tarea espiritual? (capítulo 5).

En cuanto al método, he optado por el tipo diálogo porque, a pesar de que podía resultarme más difícil de elaborar, me parece que hace el texto más accesible y de más fácil comprensión. El lector habrá de juzgar si se ha alcanzado ese objetivo. En todo caso, quiero decir que la mayor parte de las preguntas están tomadas, en su literalidad, de las que se me planteaban en grupos en los que hemos trabajado toda esta problemática.

Debo señalar también que he tratado de escribir en espiral, ahondando de un modo progresivo en las cuestiones abordadas. Una y otra vez se retoman los temas, en nuevos niveles de profundidad, de modo que lo que aparece apenas insinuado en un lugar, puede ser clarificado y profundizado más adelante. De ahí que se repitan algunas cuestiones, en concreto aquellas que me parecían revestir un mayor interés.

Finalmente, quiero animar al lector a ponerse al trabajo de descubrir, aceptar e integrar la propia sombra, a partir de lo que nos ocurre en la vida diaria, particularmente en el ámbito de nuestras relaciones. Sólo ese trabajo, reconciliándonos con nosotros mismos y asumiendo todas las riquezas que la sombra nos aporta, será el que haga posible que podamos crecer como personas «completas».

De entrada, nos cuesta aceptar que aquello que tanto nos molesta o nos crispa de los demás forme parte de nosotros. «¡Si es algo que precisamente yo no puedo tolerar!», decimos. Y, sin embargo, todo lo que no aguantamos de los demás —y sólo lo que no aguantamos― forma parte de nuestra propia sombra. Mientras no lo reconozca, necesitaré crearme enemigos o me apuntaré a la locura colectiva que lleva a fabricar «chivos expiatorios», para poder condenar y atacar en otros lo que, inconscientemente, condeno en mí mismo. Por el contrario, al reconocerlo, podré desactivar la carga de rechazo y de condena que lleva consigo y abrirme a un nuevo modo de relación hecha de no-juicio, en línea con aquellas sabias palabras de Jesús: «¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo? O ¿cómo dices a tu hermano: “Deja que te saque la mota del ojo”, si tienes una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la mota del ojo de tu hermano» (Mt 7,3-5). Porque, en efecto, sólo nos crispa aquella «mota» del otro que está, aunque todavía no la veamos, en nosotros mismos.