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Extractos - Adyashanti

El falso yo

Por Adyashanti
Adyashanti

El falso yo crece por ser inconscientes. Es una amalgama de muchos yoes fragmentados y tenuemente ligados por una fachada de normalidad. Es una casa dividida, construida sobre unos cimientos imaginarios; un pájaro con las alas rotas que no puede volar.

El falso yo es la mayor barrera (todas las barreras son imaginarias, por supuesto) a la realización de nuestra verdadera identidad: ser universal. En esencia, el falso yo es un proceso psicológico que ocurre en la mente que organiza, traduce y da sentido ―o en muchos casos falta de sentido― a todos los datos procedentes de los sentidos. Cuando este proceso psicológico se mezcla con el movimiento auto-reflexivo de la conciencia, produce un sentido del yo. A continuación, este sentido del yo impregna la conciencia como una especie de perfume que lleva a la mente a confundir lo que en realidad es un proceso psicológico con una entidad separada llamada yo. Esta conclusión equivocada ―que eres un yo distinto y separado― sucede muy temprano en la vida y de manera más o menos automática e inconsciente.

Al identificarse con un nombre particular, asociado a un cuerpo y a una mente particulares, el yo comienza el proceso de crear una identidad separada. Añade a lo anterior una compleja combinación de ideas, creencias y opiniones, junto con algunos recuerdos selectivos y a menudo dolorosos que crean un pasado con el que identificarse, y añade también la cruda energía emocional que se necesita para mantenerlo todo de una pieza, y antes de que puedas darte cuenta ya tienes un yo muy convincente, aunque dividido.

Esto no implica que en el desarrollo de un ser humano el falso yo no tenga uso ni propósito; simplemente estamos diciendo que fuera de la mente no tiene ninguna existencia en absoluto. El yo se desarrolla para que puedas adquirir una saludable sensación de individuación y autonomía que te ayude a navegar por la vida de un modo que conduzca a tu supervivencia y bienestar. El problema es que son pocos los que llegan a desarrollar una verdadera autonomía psicológica; e incluso a quienes lo consiguen, el falso yo les mantiene tan en trance que nunca imaginan su naturaleza ilusoria ni lo que está más allá. Pero una vez que se desarrolla la verdadera autonomía, ya no se necesita el yo, del mismo modo que cuando se alcanza la edad adulta ya no se necesita la infancia. No obstante, tal vez sea más preciso decir que lo verdaderamente importante es la autonomía, y que, en esencia, el falso yo es un subproducto imaginario del mecanismo auto-reflexivo de la conciencia identificándose con el incesante movimiento del pensamiento condicionado.

El problema es que el yo del que estabas convencido que era tu verdadero yo es un fantasma que solo existe como una abstracción en tu mente, animada por la conflictiva energía emocional de la separación. Tiene aproximadamente el mismo grado de realidad que el sueño de anoche. Y cuando dejas de traerlo a la existencia con tu pensamiento, no tiene ninguna existencia en absoluto. Por eso es falso, lo que nos remite a la pregunta: ¿quién o qué es real en ti?

En el núcleo del falso yo hay un vacío, derivado de un alejamiento esencial de la propia divinidad, bien por desarrollo natural, por desesperación o simplemente por sucumbir al trance del mundo con todas sus máscaras de engaño y la dura exigencia de adaptarse a su locura. El falso yo orbita en torno al abismo vacuo de su núcleo, en un silencio aterrorizado ante la amenaza de caer en un olvido sin nombre ni rostro.

El falso yo es al mismo tiempo un obstáculo y una puerta que debes atravesar para despertar a la dimensión de ser. A medida que atraviesas el vacío del yo, la identificación con él muere, temporal o permanentemente, y te revelas (renaces) como presencia. La presencia no es un yo en el sentido convencional. No tiene contorno ni forma, no tiene edad ni sexo. Es una expresión del ser universal, la sustancia informe de la existencia. La presencia no está sujeta al nacimiento o a la muerte; no pertenece al mundo de las "cosas". Es la luz y la irradiación de la conciencia en la que surgen y desaparecen mundos enteros.

Del mismo modo que la presencia es una expresión de ser, ser también es una expresión del Infinito. El Infinito es la Realidad última, más allá de todas las conceptualizaciones y experiencias. Es el fundamento último de todo ser, de toda existencia, de todas las dimensiones y percepciones. Trasciende todas las categorías, todas las descripciones, todas las imaginaciones. Está más allá del ego, del yo, de la presencia, de ser ―y de no ser― y de la unicidad, pero tampoco es diferente de los anteriores. Ni concebible ni experimentable, el Infinito se conoce a sí mismo a través del simple aprecio intuitivo que tiene por sí mismo en cada aspecto de sí. Por tanto, lo único que realiza el Infinito es el Infinito. Y solo tal realización pone fin a nuestra inquieta búsqueda mental de Dios, de la Verdad, de significado.