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Extractos - Consuelo Martín

Descubrir el misterio de la actitud religiosa

Introducción al libro "De la oración a la contemplación"
Por Consuelo Martín
De la oración a la contemplación

La vida tiene sentido, es expresión de la Inteligencia total, de Aquello que ha sido llamado sagrado. Pero "lo sagrado" ha estado siempre sumido en el misterio. Al estar limitados la mayoría de los seres humanos al estrecho espacio del pensamiento, lo sagrado que sobrepasa este lugar, resultaba incognoscible, por eso muchos errores se han asociado a la intuición vaga y oscura que de lo sagrado aparecía.

Las religiones han procurado racionalizar y clasificar aquella intuición de lo desconocido, según los condicionamientos sociales de cada época. Quizá ya no nos conformamos con las explicaciones que dan las religiones, pero no por eso hemos de renunciar a aclarar el misterio. Nos interesa investigarlo, puesto que en ese descubrimiento consiste precisamente nuestra realización como seres humanos.

Ahora la exigencia de claridad nos impulsa a buscar por nosotros mismos, sin seguir consignas externas, usando nuestra propia inteligencia y desde la desconocida capacidad de nuestra intuición. Y al descubrirlo, el misterio religioso se irá haciendo uno con nuestro vivir y llegará a ser el sentido de la vida para cada uno de nosotros. Nos moveremos espontáneamente creando nuestra vida, como se crea una obra de arte, a partir de lo que somos y nacida por la inspiración de lo total, de la realidad sagrada.

Me daré cuenta enseguida de que la conducta que se ajusta a unas normas ajenas a mi comprensión, sean leyes morales establecidas o disciplinas religiosas, se convierten en una cárcel donde me voy encerrando poco a poco; mientras que la auténtica actividad humana irrumpe espontáneamente impulsada desde lo profundo del ser. No es la conducta que sigue unas pautas establecidas la que da sentido a la vida del ser humano. La acción adecuada, la actitud directa y pura que intuimos es la auténtica acción humana, y es consecuencia de la visión clara del propósito de la existencia. Sólo así el orden será verdadero y producirá armonía. Podemos construir nuestra vida como nuestra gran obra de arte y empezaremos por los cimientos, desvelando el sentido misterioso que está detrás de todo.

¿Cuál es el sentido de la vida del ser humano? ¿Cuál es su destino esencial? Si sigo la escala de causas que marca mi anhelo interior de verdad, de perfección, de plenitud, veré que el sentido profundo y total del vivir está grabado en esa especie de proyecto maravilloso, esa "imagen de Dios" como se ha dicho, que somos todos nosotros. Y si está grabado en mí, sólo yo puedo descubrir el objetivo de mi existencia. No hay nada que hacer fuera, no hay fuera, pues el movimiento de expresión, de creación y de relación con los demás es un movimiento interno dentro de lo Real, es la voluntad sagrada.

Esto es lo que en la tradición religiosa se ha llamado cumplir la voluntad de Dios. Prescindiendo del aspecto personal de Dios, tan ligado a las actitudes religiosas del pasado como proyección de la persona humana. ¿Cuál sería esa Voluntad divina? ¿No será la realidad que se expresa en cada instante vivida en relación a todo? Y como la voluntad de Dios es infinita, cuando me adecúe a ella, me estoy adecuando al infinito, a un infinito de posibilidades que se vive con plenitud. Por eso seguir la voluntad divina es ser libre.

Nuestra obra de arte, la vida, consiste, ante todo, en descubrir el plan divino allí donde se encuentra, allí hasta donde haya descendido la mano de Dios. Allí donde está mi deseo, mi anhelo; allí empiezo el trabajo creador y ascendente de mi vivir. "Allí donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón" se nos dijo.

Si no soy consciente del plan de la vida creativa en mí, porque estoy dormido, aún no ha comenzado "mi obra", aún no se puede hablar de "religión". Sin embargo, algo se hace, mientras, a través de mí. Actúo movido por circunstancias exteriores, pero actúo. La llamada "vida externa" me plantea constantes retos, preguntas para inducirme a despertar. Me dé cuenta o no, de alguna manera tengo que responder a esos retos. Puedo responder consciente o inconscientemente. Si estoy dormido respondo inconscientemente, entonces mi vida se parece a un afinar los instrumentos antes de empezar el gran concierto de mi existencia. Así como los músicos antes de comenzar la melodía prueban con algunos sonidos su instrumento, así preparo inconscientemente mi participación en esa inmensa melodía que es la vida. Quizá surjan oraciones de petición de aquello que creo me falta. Surgirán si intuyo que hay algo más allá de la vida limitada que impone mi estrecha visión.

En el momento en que me despierto, empieza el concierto. Éste es el paso de la actitud condicionada, egoísta, cuando me preparo sin tener en cuenta la armonía total, sin dar aún la nota adecuada, en relación con las otras notas, a la vida consciente. Cuando abro los ojos y me despierto, constato que ahí se está produciendo una melodía, entonces comienzo a tocar en armonía con los demás, y mi vida va dejando de estar centrada en mí y se abre a la Vida total espontáneamente. Dar gracias es mi oración redimida.

Al despertar escucho esa melodía maravillosa del vivir, que se manifiesta en un movimiento armonioso y consciente de aprender. Dentro de él, cada nota, cada respuesta a la realidad es algo que descubro, algo nuevo. Es un nacer momento a momento, donde los problemas psicológicos, en el marco de los cuales la vida parece no tener sentido, pierden su fuerza y se disuelven en la nada. Rezar es entonces una apertura a lo nuevo.

La vida religiosa es la expresión del descubrimiento de la Verdad, que empieza en una investigación sincera y directa como la que vamos a hacer. Es religioso quien conoce vivencialmente el sentido misterioso de la vida. Mi acción no puede ser sino el efecto vivo y constante de mi visión de la Verdad. Ir una y otra vez a lo interno, lo que realmente soy, volver al origen de todo es el camino religioso y la investigación religiosa es la que nos abre la posibilidad de vivir desde allí, donde toda ignorancia se disuelve. La verdadera religión no se fundamenta en creencias irracionales ni en razonamientos lógicos. La dimensión religiosa del ser humano ha de establecerse sobre la evidencia directa.

La tradición religiosa es una estructura donde se apoya la investigación en principio, pero luego, cuando ya ha madurado la Verdad descubierta en ese investigar libera de toda estructura. La persona verdaderamente madura en religión aprende directamente de la lucidez de su conciencia, ora y contempla.