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Extractos - Sri Aurobindo

Sri Aurobindo -- Conozco porque Soy

Por Satprem

El Ser Central - La Persona Universal

Sri Aurobindo o La Aventura de la Consciencia

Tú eres Él, tal es la verdad eterna ―Tat tvam asi―, tú eres Aquello. Tal es la Verdad que enseñaban los antiguos Misterios y que las religiones ulteriores olvidaron. Tras haber perdido el secreto fundamental, cayeron en todos los dualismos desorientadores, substituyendo con oscuros misterios el gran Misterio que era muy sencillo. "Yo y el Padre somos una cosa", decía el Cristo (Juan 10, 30), "Yo soy El", dicen los sabios de la India ―so'ham―, porque esa es la verdad que descubren todos los hombres libres, de Asia o de Occidente, del pasado o de nuestros días. Porque ese es el Hecho eterno que nosotros todos debemos descubrir. Y este "yo" que proclama su Identidad con Dios, no es el yo de ningún individuo privilegiado ―como si todavía quedase lugar para un pequeño yo personal y exclusivo en esta deslumbradora apertura, como si el sabio de los Upanishads, o los rishis o el Cristo hubiesen adquirido para sí solos la filiación divina―; no es sino la voz de todos los hombres, fundida en una consciencia cósmica, y nosotros somos todos los hijos de Dios.

Existen dos maneras o etapas de hacer este Descubrimiento. Consiste la primera en descubrir el alma, el ser psíquico, eternamente uno con lo Divino, pequeño fragmento luminoso de esta gran Luz: "El Espíritu que se halla aquí abajo en el hombre y el Espíritu que está arriba en el Sol, son, en verdad, un solo Espíritu, y no existe otro", dice el Upanishad; (1) "El hombre que piensa El es otro y otro soy yo, ése no es". (2) Este descubrimiento del Espíritu interno es lo que, hace seis o siete mil años, llamaban los Vedas "el nacimiento del Hijo": "Nosotros hemos visto su masa de rojo vivo; un gran dios interno ha sido liberado de la oscuridad" (Rig-Veda V, 1, 2), y en un lenguaje de poder deslumbrador los rishis védicos afirmaban la eterna Identidad del Hijo y del Padre, y la transmutación divina del hombre: "¡Libera a tu Padre! Consérvalo a salvo en tu morada; tu Padre que se convierte en tu Hijo y que te lleva" (Rig-Veda V, 3, 9).

Y desde el momento en que nacemos podemos ver que esta alma que está en nosotros, es la misma que se halla en todos los seres humanos, y no solamente en los seres, sino en las cosas, latente, no revelada: "El es el hijo de las aguas, el hijo de los bosques, el hijo de las cosas que carecen de movimiento y el hijo de las cosas que se mueven. El está aun en la piedra" (Rig-Veda V, 1, 70). Todo es uno porque todo es el Uno. ¿No decía el Cristo, por ventura, "Este es mi cuerpo, esta es mi sangre", tomando estos dos símbolos del pan y el vino ―lo más materiales, por cierto, y los más humildes― para indicar que esta Materia es también el cuerpo del Uno, que esta Materia es también la sangre de Dios? (3) Y si El no se hallase ya en la piedra, ¿cómo hubiera podido nunca venir al hombre, y por cuál milagrosa caída del cielo? Nosotros somos fruto de una evolución, no de una sucesión de milagros arbitrarios: "Todo el pasado de la tierra está en nuestra naturaleza humana... la naturaleza misma del ser humano implica una fase material y una fase vital que han preparado el florecimiento de su mente, y un pasado animal que ha modelado los primeros elementos de su compleja humanidad. Y no vamos a decir que la Naturaleza material desarrolló primero, por medio de la evolución, nuestra vida y nuestro cuerpo, luego nuestra mente animal, y que solamente después de haberlo hecho, un alma descendió a la forma de tal modo creada... porque ello supondría un abismo entre el alma y el cuerpo, entre el alma y la vida, entre el alma y la mente, un abismo que no existe; no hay cuerpo sin alma, ni cuerpo que no sea en sí una forma de alma; la Materia misma es una substancia y un poder del Espíritu y no podría existir de otro modo que no sea substancia y poder de lo Eterno..." (4) "Lo que es mudo y ciego, y el animal irracional, es también Aquello, no menos que la existencia humana consciente y refinada o que la existencia animal. Todo este devenir infinito es un nacimiento del Espíritu de las formas". (5)

Cuando hemos abierto las puertas de lo psíquico, una primera fase de la consciencia cósmica se descubre. Mas lo psíquico que crece, la consciencia-fuerza que se individualiza y viene a ser cada vez más compacta, adentro comprimida, no siente ya satisfacción en esta estrecha forma individual; sintiéndose una con Aquello, quiere ser vasta como Aquello, universal como Aquello, y recobrar su ingénita Totalidad. "Ser y ser plenamente, tal es el fin que la Naturaleza persigue en nosotros... y ser plenamente, es ser todo lo que es". (6) La totalidad es para nosotros necesaria porque nosotros somos la Totalidad; el ideal que nos reclama, el propósito que mueve nuestros pasos, no se hallan en verdad adelante; no tiran de nosotros, sino que nos impelen, están atrás, y adelante, y adentro. La evolución es el eterno brote de una flor que ha sido flor desde siempre jamás. Sin esta simiente en el fondo, nada se movería, porque nada tendría necesidad de nada. Esa es la Necesidad del mundo. Ese es nuestro ser central. El es el hermano de luz que surge a veces cuando todo parece zozobrar en la desesperanza, la soleada memoria que nos da vueltas y revueltas y que no nos dejará punto de reposo hasta que hayamos recobrado todo nuestro Sol. Ese es nuestro centro cósmico, así como lo psíquico era nuestro centro individual. Mas este ser central no se sitúa en algún lugar de algún punto; él está en todos los puntos; se halla, de modo inconcebible, en el corazón de toda cosa y abraza todas las cosas a un tiempo; está supremamente dentro, y supremamente arriba, y abajo y por doquiera, es un "punto gigante". (7) Y cuando lo hemos hallado, lo hemos hallado todo, todo está en él; el alma adulta vuelve a su origen, el Hijo vuelve a ser el Padre; o más bien el Padre, que había venido a ser el Hijo, vuelve a ser El mismo: "Los muros que aprisionaban nuestro ser consciente han caído por tierra, demolidos; todo sentimiento de individualidad y de personalidad se ha perdido, toda impresión de situación en el espacio y en el tiempo y en la acción y en las leyes de la Naturaleza, desaparece; ya no hay ego, ni persona definida y definible, sino solamente la consciencia, solamente la existencia, solamente la paz y la beatitud; uno viene a ser la inmortalidad, viene a ser la eternidad, viene a ser la infinitud. Del alma personal ya no queda sino un himno de paz y de libertad, una beatitud que en alguna parte vibra en lo Eterno". (8)

Nos hemos creído pequeños y separados los unos de los otros; un hombre, mas un hombre en medio de cosas separadas, y teníamos necesidad de esta separación para desarrollarnos bajo la envoltura, de lo contrario no hubiéramos pasado de ser una masa indiferenciada en el plasma universal, un miembro del rebaño sin vida propia. Por esta separación hemos podido llegar a ser conscientes; por esta separación no somos de todo punto conscientes; y sufrimos, porque nuestro sufrimiento se debe a que nos hallamos separados, separados de los demás, separados de nosotros mismos, separados de las cosas y de todo, porque nos hallamos fuera del único punto en que todo se reúne.

El único medio de remediarlo es el de recobrar consciencia;
y es cosa sencilla.
No hay sino un origen.
Este origen es la perfección de la Verdad,
porque ella es la sola cosa que de veras existe.
Exteriorizándose, proyectándose, diseminándose,
ha producido cuanto vemos
y un cúmulo de pequeños cerebros, muy gentiles y brillantes,
en busca de lo que no han encontrado aún,
pero que pueden encontrar un día,
porque cuanto buscan está en su interior.
El remedio se halla en el centro del mal. (9)

Cuando hayamos sufrido lo bastante, vida tras vida de esta larga evolución, cuando hayamos crecido lo bastante para percatarnos de que todo nos llega de, afuera, de una Vida más grande que la nuestra, de una Mente, de una Materia más vastas que las nuestras, universales, sonará para nosotros la hora de encontrar conscientemente todo cuanto éramos inconscientemente desde siempre, una Persona universal: "¿Por qué habías de limitarte? Siente que tú estás en la espada que te hiere y en los brazos que te estrechan, en el beso del sol y en la danza de la tierra, en todo lo pasado, en todo cuanto ahora es y en todo lo que se esfuerza por llegar a ser. Porque tú eres infinito y toda esta alegría está para ti abierta". (10)

Conocimiento por Identidad

Pensaremos tal vez que este conocimiento cósmico es una especie de súper-imaginación poética y mística, una mera subjetividad sin alcances prácticos. Podríamos, sin embargo, preguntarnos primero lo que "objetivo" y "subjetivo" significan, porque si tomamos lo llamado objetivo como el único criterio de la verdad, todo este mundo corre el riesgo de escurrírsenos entre los dedos, como no dejan de proclamarlo nuestro arte, nuestra pintura y nuestra ciencia desde hace cincuenta años, no dejándonos sino algunas migajas de provisiones ciertas. Verdad es que el asado de vaca es más universalmente cierto y, por lo consiguiente, más objetivo que la alegría de los últimos cuartetos de Beethoven; mas nosotros hemos despojado al mundo, no lo hemos enriquecido. Realmente la oposición es falsa: lo subjetivo es una fase avanzada o preparatoria de lo objetivo; cuando todo el mundo haya realizado la consciencia cósmica o simplemente la alegría de Beethoven, acaso tendremos el fenómeno objetivo de un universo menos brutal.

Sri Aurobindo no era hombre que podía darse por satisfecho con ensueños cósmicos. La autenticidad de la experiencia y su eficacia práctica pueden verificarse inmediatamente por medio de una prueba muy sencilla: la aparición de un nuevo modo de conocimiento, por identidad; se conoce una cosa porque uno es esa cosa. La consciencia puede desplazarse a cualquier punto de su universal realidad, colocarse sobre cualquier ser, sobre cualquier acontecimiento y conocerlo en seguida íntimamente, como uno conoce las palpitaciones de su propio corazón, porque todo ocurre adentro, nada está ya fuera ni separado; ya lo decía el Upanishad: "Cuando se conoce Aquello, se conoce todo". (11) Los primeros síntomas de esta nueva consciencia son muy tangibles: "Se comienza a sentir que también los demás forman parte de uno mismo o que son repeticiones diversas de uno mismo, el mismo yo modificado por la Naturaleza en otros cuerpos. O se siente por lo menos que los demás viven en un yo universal más vasto que es ya nuestra propia realidad superior. De hecho, todo comienza a cambiar de naturaleza y de aspecto; toda nuestra experiencia del mundo es radicalmente distinta de la de los hombres encerrados en un yo personal. Comienza uno, igualmente, a conocer las cosas por otra clase de experiencia, más directa, que no depende de la mente externa ni de los sentidos. Las posibilidades de error no desaparecen, empero, porque ello no es posible en tanto que la mente siga siendo el instrumento que transcribe el conocimiento, pero hay un nuevo modo, más vasto y profundo, de sentir, de ver, de conocer, de entrar en relación con las cosas, y los confines del conocimiento pueden ser llevados a un grado casi ilimitado". (12)

Este nuevo modo de conocimiento no es por cierto diferente del nuestro; en realidad, secretamente toda experiencia, todo conocimiento, de cualquier orden que sea, desde el más bajo nivel material hasta las grandes alturas metafísicas, es un conocimiento por identidad: conocemos porque somos lo que conocemos. "El verdadero conocimiento ―dice Sri Aurobindo― no se alcanza por medio del pensamiento. Es lo que vosotros sois, lo que vosotros llegáis a ser". (13) Sin esta secreta identidad, sin esta total unidad subyacente, nada podríamos conocer del mundo ni de los seres; cuando Ramakrishna, viendo al lado suyo azotar un buey, gritaba de dolor y sangraba, o cuando el vidente sabe que tal objeto se encuentra escondido en tal lugar, o cuando el yogui cura a centeneras de kilómetros de distancia a un discípulo enfermo, o cuando Sri Aurobindo impide que el ciclón penetre en su aposento, sólo son casos que ilustran de modo palpable un fenómeno natural; lo natural no es la separación, ni lo distinto, sino la unidad indivisible de todas las cosas. Si los seres y los objetos fueran diferentes de nosotros, si estuviesen separados de nosotros, si no fuéramos nosotros, en esencia, este ciclón, aquel buey, aquel tesoro escondido, este discípulo enfermo, no solamente no podríamos actuar sobre ellos, ni sentirlos ni conocerlos, sino que aún serían sencillamente invisibles, inexistentes para nosotros. Sólo lo semejante puede conocer lo semejante, sólo lo semejante puede actuar sobre lo semejante. No podemos conocer sino lo que nosotros somos: "Nada puede ser enseñado a la inteligencia que no sea ya secretamente conocido, que no se halle, en potencia, en el alma que se expande. Asimismo, toda la perfección de que el hombre exterior es capaz, no es más que la realización de la eterna perfección del Espíritu que mora en él. Conocemos lo Divino y llegamos a ser lo Divino, porque ya lo somos en nuestra íntima naturaleza. Toda enseñanza es una revelación; todo devenir, un nacimiento. Descubrirse uno mismo es el secreto; el conocimiento de sí y una consciencia siempre más amplia constituyen el medio y el procedimiento". (14)

Nos hemos separado del mundo y de los seres a lo largo de los milenios de nuestra evolución, hemos "egoizado", endurecido algunos átomos de este Gran Cuerpo, y hemos dicho "nosotros-yo" contra todos los demás igualmente endurecidos bajo la corteza egoísta, y habiéndonos separado, nada podíamos ver de lo que antaño era nosotros, en la gran Unidad-Madre. Y entonces hemos inventado ojos, manos, sentidos, una mente para volver a juntar todo cuanto habíamos excluido de nuestro gran Ser, y hemos creído que sin esos ojos, esos dedos, esa cabeza, no podríamos saber nada; pero no es otra cosa sino obra de nuestra ilusión separatista; nuestro conocimiento indirecto recubre y nos oculta el reconocimiento inmediato sin el cual nuestros ojos, nuestros dedos, nuestra cabeza y aun nuestros microscopios no podrían percibir nada, ni comprender nada ni hacer nada. Nuestros ojos no son órganos de visión, sino órganos de división; y cuando el Ojo de la Verdad se abre en nosotros, esos binóculos y esas muletas están de más. Nuestro viaje evolutivo, finalmente, es una lenta reconquista de lo que habíamos excluido un recobro de Memoria; nuestro progreso no se mide por la suma de nuestros inventos ―que no son sino otros tantos medios de acercar artificialmente lo que habíamos alejado―, sino por la suma reintegrada del mundo que reconocemos como nosotros mismos.

Y esta es la alegría ―Ananda―, porque ser todo lo que es equivale a poseer la alegría de todo lo que es.

"La beatitud de miríadas de miríadas que son uno”. (15)

"¿Cómo podría ser engañado, por qué había de afligirse el que ve por doquiera la Unidad?" (16)

Notas:
  1. Taittiriya Upanishad. X
  2. Brihadaranyaka Upanishad I, 4, 10
  3. Ver Sri Aurobindo Eigth Upanishads X. XI
  4. The Life Divine, 677
  5. The Problem of Rebirth, 65
  6. The Life Divine, 1217
  7. Savitri, 29
  8. The Synthesis of Yoga, 415
  9. La Madre, en una plática con los jóvenes del Ashram.
  10. The Superman, 27
  11. Shandilya Upanishad II, 2.
  12. Letters I, 327
  13. Purani, Evening Talks, 160
  14. The Synthesis of Yoga, 60
  15. Savitri, 369
  16. Isha Upanishad 7.
Fuente: Satprem - Sri Aurobindo o la Aventura de la Consciencia