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Extractos - Ramesh Balsekar

Advaita -- La enseñanza

Por Ramesh Balsekar

Todo lo que hay es Realidad,
y toda ilusión, toda forma, toda sombra no puede ser
sino un reflejo de esa Realidad.

Ramesh Balsekar

Advaita (a + dvaita = no dualidad) quiere decir que la Fuente, sea cual sea el nombre que se utilice para ella (Energía Fundamental, Consciencia, Plenitud, Dios, etc.) es Unicidad, Unidad, No Dualidad. La manifestación que emerge de la Fuente está basada en la dualidad, es decir, la inevitable existencia de pares de opuestos polares interconectados: hombre y mujer, belleza y fealdad, bien y mal. En todo momento deben existir a la fuerza pares de opuestos interconectados de todos los tipos posibles. El sabio acepta la dualidad, que es el fundamento mismo de la vida, y permanece anclado en la paz y la tranquilidad mientras afronta, como cualquier otra persona, el placer y el dolor que le trae la vida. La persona corriente no acepta esta dualidad ―la existencia en todo momento de opuestos interconectados― sino que persigue un elemento del par buscando la exclusión del otro y, por tanto, es infeliz. El sabio acepta la "dualidad" de la vida; la persona corriente escoge entre los opuestos interconectados y vive en la infelicidad del "dualismo".

El hombre sabio ve cómo en el día a día se llevan a cabo elecciones entre los opuestos polares, pero es plenamente consciente del hecho de que en cada caso las elecciones tienen lugar de acuerdo con la programación del organismo en cuestión y, por lo tanto, no son decisiones tomadas por una entidad individual. Por consiguiente, el sabio siempre está en armonía con la Fuente. Cuando el destello de Comprensión Final tiene lugar, no es improbable que el individuo tome consciencia plena de la totalidad indivisa del universo y perciba con claridad que el espectro de opuestos polares es una gran ilusión, como una pelea fingida entre amantes en una obra de teatro. El resultado puede ser un ataque incontrolado de risa o un intenso llanto.

Con sólo permanecer plenamente conscientes de esto, la vida deja de ser un continuo proceso de elegir, comparar, juzgar, culpar y alabar en el que el estado de Testigo ―la observación impersonal que resulta de la aceptación de Lo-Que-Es― se da sólo en contadas ocasiones.

 

En la vida cotidiana uno debe afrontar problemas que tienen un asombroso número de causas aparentes y de posibles consecuencias. Por lo tanto, una cuestión de interés es la de si existe una causa básica común a dichos problemas que pueda ser aislada y tratada. Sin duda, la causa básica del conflicto y la infelicidad humana es el "dualismo", que es un concepto distinto del de "dualidad". La diferencia esencial entre ambos conceptos debe ser analizada concienzudamente y comprendida en toda su profundidad. De hecho, esa comprensión podría ser por sí misma la solución de la infelicidad humana, pues liberaría al ser humano del dilema en el que se encuentra sumido en su infatigable búsqueda de una felicidad completa.

La "dualidad" es polar, es decir, está basada en la interrelación entre pares de opuestos y, por consiguiente, no implica una verdadera separación; por el contrario, "dualismo" significa oposición, separación y, por tanto, conflicto. La manifestación fenoménica es, por tanto, un proceso de objetivación que, por la propia naturaleza de este proceso, precisa de la dicotomía entre dos elementos: un objeto que percibe y un objeto que es percibido. Éste es el proceso conocido como "ditalidad": todos los fenómenos perceptibles sensorialmente corresponden a la correlación de un sujeto (el objeto que percibe) y un objeto (el objeto que es percibido).

Por consiguiente, sin el proceso de la dualidad no puede existir ningún fenómeno. Además, ninguno de los dos objetos fenoménicos (ni el sujeto que percibe ni el objeto que es percibido) tiene en sí mismo una existencia autónoma: la existencia del uno está supeditada a la existencia del otro.

Cuando se comprende la esencia de la dualidad, desaparece el problema del samsara (la vida cotidiana fenoménica) y de la esclavitud del individuo imaginario, por la sencilla razón de que se percibe con claridad que el "individuo" en cuestión es tan sólo el aparato psicosomático, el instrumento a través del cual tiene lugar el proceso de percibir y conocer. Nuestra infelicidad, nuestro conflicto y nuestra esclavitud surgen como resultado de la identificación errónea de Lo-Que-Somos (Consciencia) con el elemento objeto-perceptor como entidad autónoma, lo cual produce en la mente-total (Consciencia) una dicotomía entre sujeto y objeto.

Esta identificación o "entificación" como entidad separada e independiente (como pseudo-sujeto) es el "dualismo" (el maia) que resulta de la aplicación errónea, en la vida cotidiana, del principio original de la dualidad. Por su propia naturaleza, este proceso está basado en un principio de polaridad y de interrelación y, por tanto, en él no tiene sentido la separación. Es esta entificación ilusoria la que provoca todo el conflicto, todo el sufrimiento, toda la infelicidad a la que se conoce comúnmente como "esclavitud". La percepción directa, instantánea y total de la naturaleza ilusoria del pseudo-sujeto como hacedor independiente significa, por sí misma, la liberación de dicha esclavitud.

 

La Comprensión última de Lo-Que-Es, no una mera comprensión intelectual, trae consigo verdadera humildad y la aniquilación de la sensación de ser el hacedor en la entidad egoica. Esto hace que las acciones sean naturales y espontáneas, lo que refleja el hecho de que la verdadera inteligencia humana (no la mente-intelecto) no es algo ajeno a la naturaleza del ser humano. La inteligencia humana es un aspecto intrínseco del universo fenoménico que mantiene el orden funcional en un equilibrio dinámico a través de la operación de la Consciencia, que es el sustrato de la manifestación fenoménica.

Este equilibrio en el orden funcional de la manifestación fenoménica se mantiene a través del mecanismo natural de polaridad entre lo que aparentemente son elementos opuestos. Por ello, cualquier conflicto basado en la existencia de pares opuestos rígidos e irreconciliables como bien y mal, sujeto y objeto, "yo" y "otro", resulta necesariamente superficial y sólo puede tener relevancia en un contexto cultural y temporal concreto.

 

La aceptación total de que nadie es el hacedor de ninguna acción está basada en la comprensión de que la percepción en el mundo fenoménico es una función impersonal y nouménica. Dicha percepción es percepción pura, pues no hay nada que sea percibido y no hay nada ―ningún objeto que asuma pseudo-subjetividad― que perciba. Aunque nuestro condicionamiento no nos permitirá aceptar esto fácilmente, el hecho es que, como seres sensibles, objetivamente no somos sino imágenes ilusorias de un sueño. Cualquier existencia fenoménica es una mera sombra que emerge en la Consciencia y todas las características de los seres sensibles ―su forma, su percibir, su conocer, su sentir, etc.― no son sino movimientos en la Consciencia, exactamente como sucede en el sueño. Así, todos los acontecimientos son movimientos en la Consciencia que precisan de la estructura imaginada del espacio y el tiempo para que puedan ser percibidos sensorialmente y medidos en duración, justo como sucede en el sueño.

La cuestión esencial que debe ser comprendida es que la Consciencia, en la que todo tiene lugar como en un sueño, es el soñador. Éste es el aspecto subjetivo y de percepción dinámica de la Consciencia estática, mientras que el aspecto objetivo es el elemento percibido, soñado y discernido. Dicho de otro modo: el sueño, constituido por la manifestación fenoménica, tiene lugar en la Conciencia, es percibido y conocido en la Consciencia y es interpretado por la Consciencia a través de la dualidad, que es el principio básico de toda manifestación fenoménica: la relación sujeto-objeto. Hay que tener presente que esta dualidad en la relación sujeto-objeto es meramente el mecanismo o instrumento a través del cual tiene lugar la manifestación ―y es, por supuesto, un concepto― con el resultado de que lo percibido no puede ser otra cosa que aquello que percibe. Todo lo que existe es Consciencia: el sujeto y el objeto, unidos inseparablemente cuando no están manifestados y concebidos, sólo aparecen como duales y separados cuando son concebidos en la manifestación fenoménica.

Esto está más claro y seguramente es más convincente si se analiza el estado de sueño. Lo que durante el sueño nos parecen personajes reales vivos con sentimientos y reacciones ―incluyéndonos a nosotros mismos― se ven al despertar como una serie de formas ilusorias totalmente desprovistas de toda elección o volición. Esta vida cotidiana, en la que pensamos que somos sujetos en relación a otros seres humanos que constituyen nuestros objetos, realmente es un sueño viviente que, en esencia, no es diferente en modo alguno del sueño personal. Estamos totalmente equivocados cuando pensamos que somos entidades autónomas e independientes que pueden pensar, elegir y tomar decisiones. Si tan sólo revisáramos con calma cualquier período de nuestras vidas, sin duda encontraríamos que, aunque pensábamos que estábamos tomando las decisiones, los acontecimientos han tenido lugar de acuerdo con un plan maestro que se desarrolla a una escala gigantesca y en el que hemos sido meros peones.

El caso es que en este sueño viviente que es la vida, todos los personajes son meros objetos en la mente que sueña ―que es el contenido de la Conciencia― a través de un proceso de la dualidad al que se da el nombre de "causación". No puede haber ningún sujeto distinto de la Consciencia, con el resultado inevitable de que ¡el objeto es el sujeto, lo percibido es quien percibe! Hay una anécdota interesante al respecto sobre el sabio chino Chuang-Tse. Una mañana les dijo a sus discípulos que había soñado que se había convertido en una mariposa que volaba por el jardín revoloteando de flor en flor, y que estaba preocupado. Los discípulos se rieron y dijeron:

―Sólo fue un sueño, Maestro.

Chuang-Tse dijo:

―Esperad. Si pensáis que no hay razón para preocuparse estáis equivocados. Ahora, cuando estoy despierto estoy intrigado. Tengo una duda muy seria. Si Chuang-Tse puede soñar que se ha convertido en una mariposa, ¿por qué no puede soñar la mariposa que se ha convertido en Chuang-Tse? Ahora, ¿quién es realmente quién? ¿Soy una mariposa que sueña que se ha convertido en Chuang-Tse o soy Chuang-Tse soñando que se ha convertido en mariposa?

El sueño del vivir, visto de forma fenoménica, es tan sólo una apariencia en la Consciencia, percibida y conocida por la Consciencia y, en ese sentido, es una apariencia tan ilusoria como la de un espejismo. Pero vista de forma nouménica, la manifestación fenoménica no sólo no es pensamiento sino que lo es todo, puesto que los elementos esenciales en el sueño no pueden ser nada distinto del propio soñador. "Aquello-que-sueña", el aspecto subjetivo de la Consciencia, es a la vez el sueño y todo lo que hay en el sueño. Es decir, los seres sensibles, que de forma fenoménica son simples objetos en la manifestación, son en realidad el Sujeto puro, el Plenum Potencial. Fenoménicamente, este Sujeto puede asemejarse a la vacuidad de la nada, que resulta cuando los opuestos interconectados de la dualidad se superponen y dan lugar a la negación total. En este sueño viviente lo que despierta no es el objeto. El despertar sucede cuando tiene lugar la des-identificación del soñador con su objeto, cuando la entidad se disuelve como resultado de la comprensión de que lo que parecía un objeto es, de hecho, el Sujeto puro.

Cuando se reconoce que la percepción verdadera es el funcionamiento objetivo del Sujeto, el pseudo-sujeto desaparece y la entidad egoica es aniquilada. Por ello, la verdadera percepción consiste en no ver los fenómenos como nuestros objetos. En el momento en que percibimos los fenómenos como nuestros objetos, establecemos una relación objetiva con las cosas y creamos una dicotomía entre sujeto y objeto, entre "uno mismo" y "otro". Es esta separación aparente la que causa el sufrimiento y la que se conoce como "esclavitud". Percibir de forma nouménica no es una percepción objetiva sino subjetiva, en el sentido de que, con la comprensión de que ni el objeto ni su sujeto existen salvo como apariencias, los fenómenos se ven como algo que no está separado de nosotros mismos. Por lo tanto, la verdadera percepción se produce cuando se deja de conceptualizar, viendo así el universo fenoménico sin comparar, sin elegir, sin juzgar, sin establecer con el mismo una relación sujeto-objeto.

¿Cuál es el sentido de esta verdadera percepción? ¿Qué sucede? La respuesta es "no sucede nada" y "sucede todo". "Nada" porque todo lo que ocurre es conceptualización y cuando ésta se detiene lo único que sucede es que "nosotros" (como "Yo" subjetivo) seguimos siendo lo que éramos "antes de nacer". Y "todo", porque la nada del vacío fenoménico es en realidad la plenitud del Plenum Potencial nouménico. Es decir, cuando la conceptualización cesa, el falso ver, el "ver-hacia-fuera", se detiene y lo que queda es el "ver-hacia-dentro", la Fuente misma de toda visión; no un ver desde la entidad sino desde dentro, desde la Fuente, un ver Nouménico en el que no hay entidad alguna.