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Álamo

Resolviendo la adhesión a las interpretaciones

o cómo dejar gradualmente de creer en dramáticos cuentos de hadas

Por Álamo 1 de diciembre de 2017
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A cuenta del reciente cambio al horario de invierno ―el clásico "a las tres serán las dos"―, hubo reacciones y opiniones para todos los gustos: muchas personas lo celebraron diciendo algo como "¡genial, esta noche dormiré una hora más!", mientras que muchas otras protestaron enojadas, tal vez con un "¡vaya, otra vez alterando mi biorritmo!"

Esta claro que, por los motivos que sean en cada caso, para unos el cambio de horario es una buena idea, en tanto que para otros es mala o pésima. Ante esta divergencia de pareceres, podríamos quizás plantearnos quiénes están en lo cierto y quiénes no, o dicho de otro modo, evaluar lo acertado o no de tal modificación horaria.

Sin embargo, si somos medianamente empáticos y comprensivos, admitiremos que cada cual tiene "su parte de razón", que la medida en sí tiene sus pros y sus contras y que no parece haber una única interpretación "correcta" acerca de este tema ni, presumiblemente, acerca de ningún otro.

La citada disparidad de reacciones u opiniones puso de manifiesto, una vez más, algo tan simple y natural como que ante un mismo hecho o fenómeno caben distintas valoraciones, diferentes interpretaciones, a veces diametralmente opuestas, dependiendo de la particular ―parcial o relativa― perspectiva de cada quien.

Por otro lado, las interpretaciones abarcan todos los aspectos, asuntos, situaciones o dinámicas de la vida y, por supuesto, se emiten juicios y se vierten todo tipo de calificaciones u opiniones acerca de los actos de las personas y sobre las propias personas, empezando por uno mismo (si uno se tiene por tal, claro está).

Lo cual trae ―obviamente― consecuencias emocionales, en el estado de ánimo e incluso en la salud general, aparte de en la convivencia; máxime si uno se considera ―al fin y a la postre― un sujeto separado con existencia y voluntad propias y, por tanto, susceptible de asumir autoría, mérito o culpa por sus acciones o por las de otros, pudiendo igualmente proyectar esa autoría, mérito o culpabilidad en los demás (lo que se conoce ―en cuanto a esto último― como "cargarle el muerto a otro" o "echarle la culpa al empedrao").

Compramos experiencias con nuestro crédito

El caso es que todo el mundo parece estar contento con sus interpretaciones u opiniones, festejando cada vez que el carrusel de la vida trae eventos que consideran buenos y deseables, conforme a su particular perspectiva, a su sistema de creencias, con las que se identifican y a las cuales se adhieren.

Pero ¿qué pasa cuando sucede algo que uno interpreta o asume como malo, indeseable, erróneo o desventajoso, desatando por ello sentimientos de contrariedad o aflicción? ¿No resulta llamativo que otras personas lo vean incluso al revés que nosotros, o que al menos esa situación no tenga para ellos tanta importancia o drama? Y entonces cabe preguntarse, ¿realmente nos trae cuenta adherirnos así a nuestras particulares interpretaciones o, más aún, creer en ellas?

Podríamos entonces decir, grosso modo, en un sentido inmediato y entendible, que el crédito, identificación y adhesión respecto a una interpretación negativa (o un conjunto de ellas) acerca de algo que se percibe, suscitará tensión, contrariedad o sufrimiento, debido a los efectos anímico-emocionales aflictivos implicados en el proceso.

En tal dinámica ha sido virtualmente asumido, por parte del supuesto sujeto separado, que existe una situación real de pérdida, daño o ausencia de algo deseable, así como también la vívida impresión de la existencia real de algo indeseable, perjudicial o amenazante.

No obstante, una reflexión más atenta nos hará caer en la cuenta de que lo que llamamos interpretaciones positivas también conducen a la frustración y al sufrimiento, precisamente cuando no acontece o no disponemos de lo que juzgamos deseable (o imprescindible), o bien cuando lo que antes encajaba con nuestra preferencia comienza a cambiar o a estropearse, siempre según nuestro punto de vista…

Así, tanto en el caso de las interpretaciones positivas como de las negativas, estamos viendo siempre las dos caras de una misma moneda; una que ―merced al crédito que se le otorga y a las reacciones que suscita― sirve para comprar toda clase de experiencias y estados de ánimo. A esta moneda podríamos llamarla dualismo (o si lo preferimos, dualidad o separatividad).

Papá Noel o Santa Claus. ¿Quién es el auténtico?

Es muy oportuno notar, en este punto, lo que ahora se ha hecho más evidente: que todo juicio o interpretación es tan relativa, parcial, subjetiva y arbitraria como cualquiera de los conceptos que la componen o mediante los cuales dicha interpretación está formulada.

Tales conceptos, en efecto, no serían más que constructos lingüístico-intelectivos y culturales por los cuales se extrae, aísla o delimita imaginariamente de la totalidad indiferenciada (la apariencia de la Realidad o absoluto) un aspecto o faceta de la misma, al que se le adjudica un nombre, por cuya definición se pretende describir (siempre figuradamente y conforme a la cultura y programación del supuesto sujeto separado que así califica) algo que en realidad no existe de modo aislado, separado o al margen de la totalidad indiferenciada o de los aspectos o facetas de la misma.

Ni que decir tiene que aquel supuesto sujeto separado que parece realizar (y ligarse o implicarse con) tales operaciones conceptuales tampoco posee existencia propia o naturaleza intrínseca, siendo dicha "persona" ―en este contexto― otra noción o constructo conceptual más (aunque el más primario); es decir, una mera apariencia o figuración... lo que viene siendo una "realidad virtual".

Ahora bien, una vez que se ha hecho habitual el sentir la aflicción generada por la adhesión adictiva a tales interpretaciones arbitrarias y dualistas (positivas o negativas), los ―por así decir― "surcos" de las rutas neuronales de dichos patrones de pensamiento/sentimiento se han hecho más profundos, amplios, transitados y magnéticos, posibilitando atraer hacia sí una mayor atención y llevar más "carga" ―y más a menudo― de los pensamientos y sentimientos aflictivos correspondientes.

Cuando el volumen e intensidad de dicho trasiego aflictivo se torna abrumador para la virtual persona, esta se verá compelida o tendrá que trazar "rutas alternativas" más saludables para su consciencia-energía o, en caso contrario, afrontar mayores complicaciones, por las perturbaciones y el estrés acumulados.

Adicción dualista, deshabituación y cura por autoconsciencia

En cualquier caso, el trazar o no rutas alternativas ―es decir, cambiar de creencias y de patrones de pensamiento/sentimiento― no está "en las manos" de la persona, simplemente porque esta no existe; no hay tal sujeto separado que exista absolutamente (sí virtualmente, podemos conceder) aparte de la totalidad indiferenciada; así como no hay en realidad algo llamado ola que tenga existencia propia aparte del agua oceánica de la cual es justamente una faceta, aspecto o manifestación.

La misma analogía se aplica con diáfana y natural claridad, por ejemplo, a las células, los órganos y el organismo completo. No hay separación real, solo hay una Vida, un Ser, manifiesto en muchas facetas, aspectos o funciones, aparentemente diversos…

Se dice entonces, y no solo en la tradición advaita, que ―vista la ausencia de uno o varios hacedores o sujetos separados, con existencia y voluntad propias― se comprende que todo sucede tal como sucede por la Gracia, lo cual es una hermosa forma de decir o resumir que el orden cósmico en todo su asombroso e inabarcable funcionamiento no sería sino la representación, expresión, apariencia o manifestación multidimensional infinita del propio Ser o Realidad que, siendo absoluto, infinito y eterno, también es llamado Plenitud o Perfección.

Y que, como es obvio, la apariencia de tal Perfección no podría nunca ser otra cosa que perfecta, pues lo único que hay "ahí" ―en lo que llamamos mundo o cosmos, con todo su proceso de eventos virtual, espontáneo e impersonal― es Perfección manifiesta; o la Realidad indiferenciada pareciendo "algo" en concreto o "muchas cosas" variopintas... La potencialidad infinita de lo absoluto, manifiesta en las incontables formas o fenómenos relativos, a través de la inabarcable multiplicidad de las dimensiones del multiverso.

Asimismo, en todo tiempo o lugar relativos ―y naturalmente por la Gracia―, ciertos avatares humanos llegan infaliblemente a un punto de su periplo virtual en el que, a través de la actualización ininterrumpida de su programación ―por constantes experiencias y comprensiones― alcanzan una claridad perceptiva/discernitiva que permite que la Consciencia o Ser indiferenciado se haga virtualmente consciente de Sí mismo en un grado u otro, de una manera u otra, desde ese foco ―terminal o celular― de consciencia.

En esta autoconsciencia o reconocimiento de Sí, se disfruta entonces ―como en un sueño lúcido― de un confort, serenidad o paz estable, firme y profunda, que ya no depende del tipo de circunstancias que, siempre de modo virtual, puedan contemplarse o experimentarse a través de la apariencia-avatar.

Es desde ese momento que, vale decir, puedes ir al cine a ver Godzilla y disfrutarla ―si te gusta ese género― como la película que es, en vez de salir luego corriendo, traumatizado, para urgir a todas las fuerzas vivas del país la elaboración de planes de emergencia en caso de que dragones monstruosos ataquen la ciudad.

Corolario

  • La forma en que vemos la vida es determinante acerca de la calidad, cualidad o modalidad de nuestra experiencia ahora y en todo tiempo y lugar.
  • Si yo veo en todos los seres y cosas los formatos, facetas o aspectos de la apariencia de mi-nuestro propio Ser, y en consecuencia vivo/vibro así desde el corazón, nunca me sentiré aislado ni carente, sino íntegro y contento, en paz con mi propia manifestación.
  • Y esta perspectiva nace de la certeza acerca de la Realidad absoluta, de nuestra íntima naturaleza incondicionada, de Esto eterno e ilimitado que siempre es, que siempre soymos (soy-somos, no hay separación real).
  • Establecidos virtualmente en esta vibración, la vida se va tornando tan armoniosa y satisfactoria como pueda serlo en la experiencia a través de nuestro avatar focal (la persona o biomecanismo corpóreo-mental desde el que percibimos actualmente de manera más inmediata).
  • Todo es posible. Nunca es demasiado tarde (ni demasiado pronto), siempre es ahora. Solo hay lo que siempre es, nuestro propio e ilimitado Ser: Perfección, Paz, Plenitud, manifiesta en la apariencia multiversal.
Álamo