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David Rodrigo

Miserable extranjero de la casa sin paredes

Por David Rodrigo
 
David Rodrigo

Mi consciencia se sumerge
en la dulce nada
del sueño profundo.
Cada noche al dormir,
después de soñar,
la nada me toma;
mi ser descansa.
Descansa de relámpagos;
pero la paz es oscura,
tregua atrincherada.
El estruendo del despertador
ilumina súbitamente el campo de batalla,
que aguardaba en retaguardia,
y mi soldadito de plomo, cojo y desalmado,
su sucio fusil empuña.

Mi consciencia entra en el soldadito
arrastrándose entre trincheras,
agazapado en la tormenta,
serpenteando minas;
mi soldadito enamorado
respirando por su amada,
removiendo cuerpos de fango
buscando a su princesa.
Mi consciencia en el soldadito estando
con lágrimas de acero.
La voz de la amada atraviesa de repente el estruendo de las bombas,
mi soldadito alza la cabeza del fango,
se renta los ojos con rocío
y conecta con su diosa
en la montaña,
más allá del valle de miseria.
Corre a una pata
saltando entre cadáveres
inmune al sufrimiento
de los seres de barro.
Su corazón no es de este mundo,
su alma no cabe en este cuerpo,
y se escapa
penetrando el de su amada
entregándose
fusionándose en uno solo.
No hay mundo en la dicha,
bombas ni trincheras,
soldaditos ni princesas
en la gloria.

Cae noche cerrada.
La pesada negror agazapa a mi consciencia.
Mi ser duerme del sueño.

La alarma le devuelve al búnker
vacío de su amada,
completo de miseria,
arrojando en la locura a miserables;
alma aplastada,
sus pedazos buscando a su princesa.
“¡Maldito seas! ¡Maldito seas!”,
reniega de Dios,
escupe sangre a la vida;
alma en pena
entregándose a la muerte.
Cae noche cerrada,
el telón eterno de la muerte.

 

Despierta mi consciencia
en el primer llanto
repetido y olvidado,
monótona novedad.

Duerme mi consciencia
un sueño de pérdida y de anhelo,
de pasión desgarrada,
entrañas de la noche.

Aullido de lobos solitarios
en la noche estrellada de tu alma
cantándole a la Luna
de Sol bien preñada;
Dios del tiempo y el espacio;
reflejo de mi consciencia
por sí misma
iluminada.

Me quedo en la casa sin paredes
de plenitud naturalmente calmada,
donde no hay dentro ni fuera,
otro, deseo, acción ni resultado;
y que lo que aparece y desaparece,
como pintado en el espacio,
aparezca y desaparezca
como quiera
en mi consciencia.

Amante de la vida,
siempre cantar la guerra quise,
iluminar la oscuridad,
la muerte burlar.

Miserable es quien muere sin haber realizado lo inmortal;
miserable extranjero de la casa sin paredes.

David Rodrigo
Maestro tradicional de Advaita Vedanta