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Artículos - David Loy

Mundo despierto

¿Cómo percibe el mundo una persona despierta?

Por David Loy 15 de febrero de 2015

"El ojo está hecho para maravillarse,
así como la flor está hecha para florecer."

~ Claude Nurdisany

¿Cómo se manifiesta el mundo a una persona iluminada?

Indiscutiblemente, esta es una pregunta importante para los no-dualistas, incluyendo a advaitines y budistas. "Despertar" ―alcanzar el moksha o nirvana, experimentar el satori, realizar tu verdadera naturaleza, etc.― es el objetivo final para ambos, y naturalmente queremos saber en qué cambia las propias percepciones. ¿De qué manera se transforma la experiencia de alguien que está Despierto (el significado literal de "un Buda")?

Curiosamente, la mejor descripción que conozco no proviene de una tradición que normalmente consideramos no-dualista. Se encuentra en Centuries of Meditations (Siglos de meditaciones), de un clérigo y poeta inglés del siglo XVII llamado Thomas Traherne. Su libro no fue publicado hasta 1908, pero desde entonces ha sido ampliamente considerado como una obra maestra de la mística, y por una buena razón. El hecho de que Traherne fuera un sacerdote cristiano, y aparentemente desconocedor del budismo, el vedanta, el taoísmo, el sufismo, etc., es importante porque nos recuerda una vez más que ninguna tradición religiosa tiene el monopolio de la percepción espiritual.

El siguiente pasaje es uno de los clásicos del misticismo mundial. Emplea un lenguaje pasado de moda y requiere un poco de reflexión para apreciar su significado más profundo. En particular, dos palabras en la primera frase necesitan cierta explicación. Un significado obsoleto de "maíz" es "grano", por lo que Traherne puede decir que el maíz que vio fue trigo. Y "oriental" se usa en su antiguo significado de "iridiscente" o "lustroso", una de varias referencias a la luminosidad del mundo que describe tan maravillosamente.

"El maíz era trigo oriental e inmortal, que nunca había de cosecharse, ni fue sembrado jamás. Pensé que había estado ahí de eternidad a eternidad. El polvo y las piedras de la calle eran tan preciosos como el oro; las puertas eran al principio el fin del mundo. Los árboles verdes cuando los vi por primera vez a través de una de las puertas me transportaron y cautivaron, su dulzura y su inusual belleza hicieron que mi corazón saltara, y casi loco de éxtasis, eran cosas tan extrañas y maravillosas. ¡Los hombres! ¡Oh, qué venerables y reverentes criaturas parecían los ancianos! ¡Querubines inmortales! ¡Y los jóvenes, ángeles brillantes y deslumbrantes, y las doncellas insólitas obras seráficas de vida y belleza! Los niños y las niñas que deambulaban y jugaban en la calle eran joyas en movimiento. Desconocía que nacieran ni que fueran a morir. Y todas las cosas moraban eternamente tal como eran en sus lugares apropiados. La Eternidad se manifestaba en la Luz del Día, y algo infinito apareció detrás de todo; que habló con mis expectativas y movió mi deseo. La ciudad parecía estar en el Edén, o estar construida en el Cielo. Las calles eran mías, el templo era mío, la gente era mía, sus ropas, oro y plata eran míos, tanto como sus ojos brillantes, pieles claras y rostros rubicundos. Los cielos eran míos, y también lo eran el sol, la luna y las estrellas, y todo el mundo era mío; y yo, el único espectador y disfrutador de ello... De modo que con gran dificultad fui corrompido y me hicieron aprender los ruines mecanismos de este mundo. Los cuales ahora desaprendo, y me vuelvo, por así decirlo, de nuevo un niño para poder entrar en el Reino de Dios."

La primera vez que leí esta descripción fue hace muchos años, pero reflexionar sobre ella desde una perspectiva no-dualista me ha descubierto tesoros inadvertidos anteriormente. Me entusiasma compartirla ya que es muy similar a las afirmaciones básicas del advaita y el budismo sobre la naturaleza de la realidad, cuando experimentamos el mundo (incluyéndonos a nosotros mismos) como realmente es. Aquí están los aspectos principales que para mí se destacan:

Luz y éxtasis. El mundo que describe Traherne es increíblemente hermoso y feliz. Los árboles lo "transportaban y cautivaban", su belleza inusual hacía que su "corazón saltara, y casi enloquecido por el éxtasis". Y es muy específico acerca de la naturaleza de esa belleza, refiriéndose una y otra vez a la luminosidad de las cosas: el maíz es "oriental", los jóvenes "brillan", los ángeles "resplandecen" y los niños que juegan son "joyas en movimiento".

Los místicos de muchas tradiciones han enfatizado el resplandor del mundo: las cosas que normalmente percibimos como objetos sólidos ahora brillan. Una distinción que normalmente damos por sentada, entre los objetos físicos y la luz que reflejan, ya no se aplica. La diferencia entre ellos es en realidad algo construido: es producto de nuestras formas de pensar sobre el mundo, incluidos los nombres que asignamos a las cosas. Paso por alto el resplandor cuando veo esto simplemente como "una taza". Realmente no le presto atención: es solo algo que uso para tomar el té. Así es como aprendemos a captar el mundo, sin embargo, esa forma habitual de percibir también puede ser desaprendida. Cuando vemos las cosas tal como son, sin distinguir inconscientemente entre los objetos y la luz que reflejan, el mundo visible ya no es una colección de cosas fijas, materiales, auto-existentes, sino que aparece como una confluencia de procesos interactiva y luminosa. La taza sobre la mesa junto a mi ordenador no es solo una pieza moldeada de arcilla cocida que está simplemente ahí. Su estar-ahí es una actividad. Y estos procesos no son autosuficientes: manifiestan algo, que Traherne señala más adelante.

Tiempo. Las religiones tienden a preocuparse por la inmortalidad, ayudándonos a alcanzar una eternidad en el cielo con Dios, por ejemplo. Traherne describe un tipo diferente de "eternidad", que no consiste en sobrevivir a la muerte y vivir para siempre en un futuro sin fin, sino que se experimenta aquí y ahora de una manera diferente: viviendo en lo que a veces se llama un presente eterno. Su frase más maravillosa comienza: "La Eternidad se manifestaba en la Luz del Día"... El trigo "inmortal" que ve nunca fue sembrado y nunca será segado, habiendo permanecido allí "de eternidad a eternidad". En ese sentido, Traherne no distingue entre trigo, piedras, árboles o humanos: no sólo son radiantes, sino que se mantienan eternamente en la medida en que manifiestan la Luz del Día. En otro pasaje de Siglos de meditaciones, declara: "Todo el tiempo era eternidad y un Sabbath perpetuo".

Las tradiciones no-dualistas como el budismo enfatizan la realización de lo "inmortal" y, a menudo, también mencionan lo "no nacido". ¿Qué significa trascender la vida y la muerte? ¿Se refieren tales afirmaciones a una vida después de la muerte? La descripción de Traherne sugiere una perspectiva diferente. Es la naturaleza de todas las criaturas vivientes el nacer en un momento determinado y morir en otro momento tarde o temprano. El budismo no ofrece un escape de esta impermanencia. Pero si los seres vivos, como todas las demás cosas, no son auto-existentes ―si también son procesos interdependientes que manifiestan algo― entonces quizás en primer lugar no puedan morir en la medida en que en realidad nunca nacieron.

¿Qué es lo que se manifiesta? De acuerdo con la tradición tántrica budista, nuestras mentes tienen tres aspectos inalienables e inseparables: son luminosas, dichosas y "vacías" (shunya).

Vacuidad. "La Eternidad se manifestó en la Luz del Día, y algo infinito apareció detrás de todo..." Traherne no menciona a Dios, excepto al final cuando se refiere a volver a ser un niño para poder entrar en el reino de Dios. El único otro lugar en este pasaje donde quizás alude a Dios, o a alguna otra realidad espiritual, es en este "algo infinito." Nos recuerda un aforismo más conocido de William Blake: "Si las puertas de la percepción se purificaran, todo se vería como realmente es, infinito."

Lo que llama la atención de este infinito tanto para Traherne como para Blake es que no se describe como algo existente separado de las cosas percibidas. Si las cosas realmente no han nacido, porque no existen por sí mismas, sino que siempre están manifestando algo más, entonces la infinitud que manifiestan no es algo experimentado aparte de las cosas "vacías" que lo manifiestan. El Sutra del Corazón lo expresa mejor: "Aunque la forma no es sino vacío, también es cierto que el vacío no es sino forma".

Las enseñanzas budistas mahayana a veces hablan de "la no-dualidad del vacío (shunyata) y la apariencia". La distinción entre lo convencional o la verdad relativa "inferior" y la "verdad superior" última o absoluta es la diferencia entre cómo nos aparecen las cosas y lo que realmente son. Pero el término "apariencia" puede ser engañoso en la medida en que parece implicar que el mundo que normalmente percibimos no es más que un ensueño ilusorio.

Traleg Kyabgon Rinpoche aclara la comprensión mahayana de la relación entre las manifestaciones (que normalmente percibimos erróneamente como separadas, cosas que existen por sí mismas) y aquello-que-manifiestan: "'Apariencia' es una palabra curiosa. Significa un tipo de cosa superficial, pero con algo más llamado 'realidad' que está detrás de ella. 'Presencia' es un término mucho más adecuado. Algo se presenta por sí mismo, cuya esencia es el vacío. Lo que aparece es el mundo fenoménico, pero está vacío porque no tiene una sustancia real" (en Empty Splendor, BuddhaDharma otoño 2013).

Presencia es quizás la mejor palabra en español para describir a lo que Traherne apunta. Lo que normalmente percibimos como objetos sólidos es la presencia luminosa de algo infinito, algo no-finito, no-limitado, que se manifiesta de esta manera. Este infinito "vacío" no tiene nombre ni forma: literalmente no es nada en sí mismo, o mejor, una no-cosa que por lo tanto puede tener presencia como cualquier cosa.

Trascendencia. El dogma religioso a menudo postula un dualismo cosmológico: la dualidad entre este mundo creado y Dios en el cielo es un ejemplo común, y la distinción budista entre samsara (este mundo de sufrimiento) y nirvana (el objetivo budista) es otro. La salvación generalmente significa escapar de este valle de lágrimas al obtener acceso a la realidad "superior". Tal orientación implica inevitablemente cierta devaluación de este mundo "inferior" y nos alienta a alejarnos de sus problemas. El camino espiritual no trata de arreglar este mundo sino de trascenderlo.

Por el contrario, Traherne no alude a ninguna otra realidad que trascienda el magnífico mundo que describe. Lo que implica su descripción es que ésta es la realidad última. Aun puede entenderse como trascender la forma en que generalmente experimentamos este mundo, pero sigue siendo este mundo. Como dijo Nagarjuna: "El koti [ubicación] del samsara es el koti del nirvana". El lugar que usualmente experimentamos como un reino de sufrimiento no es otro que el que buscamos, el nirvana mismo ―cuando vemos este lugar, aquí mismo como realmente es. Traherne hace el mismo comentario al referirse al Edén y al Cielo: la ciudad de la que nos habla, que por lo general nos parece tan común y corriente, ahora "parecía estar en el Edén o construida en el Cielo". No hay necesidad de aspirar a cualquier otro lugar, ya que no se necesita nada más que lo que ya está aquí.

No-dualidad. El relato de Traherne se construye sobre sí mismo, volviéndose más conmovedor y profundo, hasta que alcanza su clímax: "Las calles eran mías, el templo era mío, la gente era mía, sus ropas y oro y plata eran míos, tanto como sus ojos brillantes, pieles claras y rostros rubicundos. Los cielos eran míos, y también lo eran el sol, la luna y las estrellas, y todo el mundo era mío; y yo, el único espectador y disfrutador de ello". ¿Qué pensar de esta posesividad? ¿Es solipsista su experiencia?

Depende de lo que queramos decir con solipsismo. Por lo general, se define como la creencia de que la única realidad es el yo (self), sin embargo, esa afirmación se puede entender de diferentes maneras. Insistir en que atman (el verdadero yo) es brahman (el fundamento del cosmos), como lo hace el vedanta, es afirmar que el yo es la única realidad, pero hemos de comprender lo que realmente es el verdadero yo.

El budismo enfatiza que no hay yo, pero si el problema básico es un sentido-de-yo-separado confrontando aquello que no es yo ―dentro vs. fuera― puede que no haya ninguna diferencia entre una experiencia de todo-Yo y la experiencia de no-yo. Lo que es importante en ambos casos es que la dualidad ilusoria entre yo y el otro se ha disipado. Nisargardatta ha expresado esto mejor que nadie: "Cuando miro adentro y veo que yo soy nada, eso es sabiduría. Cuando miro afuera y veo que yo soy todo, eso es amor. Entre ambos discurre mi vida".

La diferencia entre estas tradiciones no-dualistas y Traherne es que los no-dualistas generalmente prefieren decir que "las calles eran yo, el templo era yo", etc. Recuerdo la descripción del maestro Zen Dogen de su propia experiencia de iluminación: "Comprendí claramente que la mente no es otra cosa que ríos y montañas y la gran tierra, el sol, la luna y las estrellas". Sin embargo, me parece que la diferencia entre sus descripciones es menos importante que sus similitudes. Ambos han trascendido el dualismo habitual entre un sentido del yo enajenado y ansioso que está atrapado dentro de un mundo externo y objetivo.

Aun así, Traherne dice que él era "el único espectador y disfrutador de todo ello". ¿No es esto todavía una dualidad entre el que ve y lo que es visto? No: la mente a la que se refiere Dogen todavía se ve a sí misma desde una perspectiva particular, la presencia a la que llamamos Dogen. Lo mismo ocurre con el relato de Traherne: es con él ―o mejor dicho, como él― que la mente "vacía", el infinito Brahman/no dual, despierta a su propia naturaleza verdadera. Temporalmente, al menos.

La Caída. La exaltada descripción de Traherne concluye con una repentina deflación. La experiencia que nos acaba de describir se ha perdido porque "fue corrompido y se le hizo aprender los ruines mecanismos de este mundo". Pero hay esperanza: él puede "desaprender" esos mecanismos y "volverme, por así decirlo, de nuevo un niño para poder entrar en el Reino de Dios". La alusión es a Mateo 18, donde Jesús dice: "De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos". Normalmente se entiende que este versículo se refiere a dónde podemos ir después de nuestra muerte, pero hacemos bien en recordar algo que Jesús dijo: "He aquí, el reino de Dios está en medio de vosotros" (Lucas 17:21. Más familiar para la mayoría es la versión del rey Jacobo: "El reino de Dios está dentro de vosotros"). En el contexto de todo lo demás que Traherne escribe, su deseo de entrar en el reino de Dios seguramente debe entenderse de la misma manera. El objetivo no es obtener una salvación en otro mundo, sino "regresar" al hermoso, luminoso, dichoso y eterno mundo celestial no-dual que tan poéticamente ha representado para nosotros.

"Regresar" está entre comillas porque realmente no lo ha perdido. No puede perder ese mundo, porque su experiencia fue un vistazo de lo que realmente es, lo percibamos o no. Después de haberlo probado, Traherne sabe lo que ha de hacer: desaprender los "ruines mecanismos de este mundo" ―el mundo, es decir, como normalmente lo experimentan las personas "corrompidas". No resulta evidente a qué se refiere con la corrupción y los ruines mecanismos del mundo. Podemos suponer que se está refiriendo a un comportamiento inmoral, y que los mecanismos ruines son las formas en que las personas se engañan y abusan unas de otras. Sin embargo, la corrupción aquí podría también incluir los tipos de ilusión que también enfatizan las tradiciones no-dualistas. Las ilusiones se confabulan con los deseos para cosificar el sentido de un yo que se siente separado del mundo "en" el que está. Así me veo motivado a buscar mi supuesto interés propio, indiferente al bienestar de los demás. Aferrándonos a las cosas de (lo que entendemos que es) el mundo, perdemos nuestro derecho de nacimiento: el mundo que Traherne tan amorosamente describe. Pero siempre podemos regresar, porque siempre está ahí. Se vuelve aquí cada vez que nos abrimos a él.

Es importante apreciar también lo que Traherne no menciona. Todo lo que describe es visual: ¿y los otros sentidos ― como el sonido del viento que sopla entre los árboles y la risa de los niños? ¿Eran también "míos"? Nos preguntamos si los escuchó de forma no-dual, como la música de T.S. Eliot "tan profundamente escuchada / Que no se escucha en absoluto, sino que somos la música / Mientras dura la música". Y no leemos nada sobre cómo la conciencia corporal de Traherne puede haber cambiado.

Lo que más falta en el relato de Traherne quizás sea algo que él no consideraría un defecto, y que ciertos maestros no-dualistas tampoco enfatizarían. En términos budistas, la "verdad superior" que él tan bien describe está separada de la "verdad inferior" convencional con la que estamos más familiarizados. En el mundo de Traherne no hay problemas: cada cosa luminosa es una forma en la que el "vacío infinito" se presenta, incluidos los niños que juegan en la calle ... ¿pero se van a la cama con hambre por la noche? Aunque todo manifiesta la eternidad en la Luz del Día, en aquella época la mayoría de esas manifestaciones particulares morían antes de su segundo cumpleaños. Sí, la "verdad superior" es que ellos realmente no morían porque nunca habían nacido; desde la perspectiva de la verdad inferior, sin embargo, hay nacimiento, y muerte... y sufrimiento. La sociedad de Traherne estaba organizada jerárquicamente, para el beneficio de aquellos en la parte superior de la pirámide de clase. El patriarcado y la esclavitud eran la norma.

Vivir felizmente en el mundo que Traherne tan bien describe, mientras ignora tales problemas, es "aferrarse al vacío". Es importante para nosotros experimentar la infinitud a la que se refiere, y no descansar ahí. Todos comenzamos desde una conciencia de la "verdad inferior": el mundo como una colección de cosas separadas, incluido el yo, ansioso e inseguro dentro de ella. Aspiramos a iluminarnos y realizar la verdadera naturaleza del mundo, incluyéndonos a nosotros mismos: el infinito vacío que se presenta como tú y yo y todo lo demás. Pero es igualmente importante no devaluar esas presencias ―en términos budistas, las formas en que se manifiesta el vacío (shunyata). Como también escribió William Blake, "la eternidad está enamorada de las producciones del tiempo". ¡El vacío infinito está enamorado de su presencia! Porque no están realmente separados el uno de la otra.

El desafío espiritual es darnos cuenta de que estas dos verdades son dos caras de la misma moneda, y vivir a la luz de esta comprensión.

 
David Loy

DAVID LOY es un erudito y maestro Zen en la tradición Sanbo Zen. Su último libro es A New Buddhist Path: Enlightenment, Evolution, and Ethics in the Modern World (Hay una versión en español titulada: Un nuevo sendero budista - La búsqueda de la iluminación en el mundo moderno, editorial Kairós); él es también co-editor de A Buddhist Response to the Climate Emergency (Una respuesta budista a la emergencia climática).
También tiene publicado en español el libro No-dualidad.
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