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Artículos - Maurice Frydman

Artículo de Maurice Frydman

Publicado en el Sunday Times de Madrás del 12-1-1936
(Recogido en el vol. 7, diciembre de 1958, de "The Call Divine", pp. 143-147)

Ramana Maharshi
Ramana Maharshi

La religión de Occidente se basa en la fe. La fe es la virtud suprema, el fundamento mismo de nuestra vida religiosa. El "creo aunque parezca absurdo" de los antiguos Padres ha degenerado con el tiempo en un "creo porque es absurdo".

Cuando la mente no puede aceptar algo, se invoca a la fe y tragamos la píldora del dogma. Naturalmente, la píldora no resulta asimilada y permanece como una piedra en nuestro estómago mental, con la consecuencia de que nuestra vida religiosa queda privada de alimento.

No se intenta que las verdades religiosas se conviertan en materia de nuestra experiencia personal. El misticismo, el contacto personal con la Divinidad, que es la floración natural de toda vida religiosa, es prácticamente desconocido por las masas. Se practica en conventos y monasterios, pero su influencia en la actitud religiosa de éstas es pequeño.

Se pospone hasta después de la muerte toda verificación por experiencia personal de los dogmas religiosos. Pero no está en la naturaleza de los hombres el tomarse en serio su muerte, y aún menos sus problemáticas experiencias post mortem.

Cuando un occidental llega a la India, lo que le sorprende es el modo práctico como se toma aquí toda la vida religiosa. En la India Dios cuenta. La Divinidad es tomada en cuenta por todo el mundo en su vida cotidiana. La religión es una apasionante aventura completamente personal e íntima, y por consiguiente de interés general. Todas las afirmaciones religiosas pueden ser validadas por la experiencia personal; todas las innumerables divinidades de la India pueden ser vistas, oídas, tocadas por el fiel sincero, que puede igualmente realizar su identidad con el Supremo. En la India, la fe en Dios es tan firme como la que nosotros tenemos en el servicio del vapor transatlántico, puesto que todo el mundo sabe que puede ser verificada por el que realice el esfuerzo necesario.

La otra cosa que sorprende al occidental en la India es la amplitud de la perspectiva religiosa. Las vistas que se abren a sus ojos, las cimas de pensamiento a las que es llevado, le generan un estado de profunda sorpresa. Un nuevo mundo se abre ante él, un mundo lleno de interés, repleto con las más seductoras aventuras acerca de posibilidades nunca soñadas de experiencia personal. Y no es el menor motivo de su sorpresa la posibilidad que se le ofrece de entrar en contacto y conversar con personas que han ascendido a esas cumbres de vida religiosa y poseen una experiencia directa de lo Divino.

El que esto escribe ha tenido el inmenso privilegio de conocer a unos cuantos de esos hombres, pero ninguno de ellos ha producido una impresión mayor en él que Sri Ramana Maharshi. Conocerle supuso un giro decisivo en su vida. La sublime majestad de la Vida divina... en toda su infinita sencillez. El Remoto se ha revelado como el Cercano. El Supremo se ha convertido en el más íntimo. El Impensable se ha vuelto el Real. La lucha por la vida se ha convertido en la Dicha de la Vida.

Existe un modo bastante vago y general de expresar la tendencia fundamental de nuestra experiencia, pero el Absoluto desafía cualquier descripción. Las enseñanzas de Sri Bhagavan son singularmente aceptables para la mentalidad occidental. No se basan en la tradición, ni en libros, ni en creencias. El Maharshi procede desde lo relativamente real a lo absolutamente real.

En lo cotidiano, nuestra vida efectiva se centra en torno al sentimiento del yo, que podemos considerar como el nervio de todas nuestras experiencias. Sin mucha reflexión puede resultar claro para cualquiera que sólo es real para él aquello en que interviene el "yo", y nada más. Por lo tanto, podemos con razón inferir que lo que imprime el carácter de real a las experiencias de los hombres es el "yo".

En este punto, Bhagavan observa que, aun cuando el "yo" es el que crea la impresión de realidad, uno no puede decir, con todo, que tenga claro lo que el "yo" es para él. La raíz misma de lo real no significa mucho, en realidad, para la gran mayoría de los seres humanos. El "yo" tiene que volverse hacia sí mismo y tratar de descubrir qué es lo que lo hace tan real y capaz de imprimir realidad. Ello exige un esfuerzo muy determinado, pues las facultades de atención del hombre no están entrenadas para volver a su fuente, sino para alejarse de ésta.

No obstante, si se realiza con constancia ese esfuerzo, el hombre descubrirá que el "yo" ―la fuente de lo real en él― no es el cuerpo ni las sensaciones, ni su facultad pensante, ni el entendimiento, ni la "alegría de vivir", ni tampoco el sentimiento de existencia individual, particular y temporal, ni siquiera el sentido de la individualidad como tal. El hombre descubre que la fuente de lo real a la que solía llamar el "yo" es sólo un reflejo del único real, de la única Realidad, el sujeto exterior de toda experiencia posible o imaginable.

Este autor debe detenerse aquí. La experiencia real se sitúa más allá de su capacidad de expresión. Hay cosas que merecen la mayor alabanza, la alabanza del silencio.